En estos primeros días de 2017 estamos viviendo un capítulo, bastante oscuro, sobre la importancia de la veracidad de la información con motivo de las filtraciones, investigaciones, etc. entre los servicios de inteligencia rusos y estadounidenses. No importa que sea verdad ni qué grado de verdad, lo que importa es el grado de emoción que genera la noticia. No importa la verdad de la noticia, sino mi verdad sobre el tema. Estamos en una situación de ‘post-verdad’.
Plantear la cuestión de la “post-verdad” significa referirnos no sólo a lo que escribió en su día el filósofo Ralph Keyes en su libro “The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life”. Significa analizar la preponderancia de quienes socialmente manejan las emociones. Una cuestión que ya estaba presente desde el Cármides y el Gorgias de Platón, las investigaciones sobre la propaganda de Theodor W. Adorno y los trabajos más recientes de Alain Badiou, o de Aaron James.
Si aplicamos este modelo a la presencia de la propuesta cristiana en este momento de la historia, nos tenemos que preguntar qué referencias de liderazgo “post-verdad” están operativas y cómo se articulan.
No se trata sólo, por tanto, de una respuesta crítica a la invención de la verdad de los populismos, o de la demagogia política. Se trata de una oportunidad para reflexionar sobre la relación entre doctrina y vida, doctrina y hechos históricos, doctrina, vida y comunicación, medios y realidad social.
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