Los católicos y cristianos tenemos la falsa creencia de identificar mayoritariamente la fe cristiana con el mundo occidental y la musulmana con el mundo árabe u oriental. Nada más lejos de la realidad, ya que los movimientos migratorios están extendiendo por todos los rincones del planeta el islamismo, como lo acredita un reciente estudio del Pew Research Center que estima que para el año 2050, éste crecerá un 73%, muy por encima del crecimiento de la población mundial, que lo hará en un 35%.
El cristianismo, según este mismo estudio, también crecerá en un 35%, es decir, al mismo ritmo que la población mundial, pero con menor intensidad que la religión islámica.
Actualmente, lo cierto y verdad es que Iglesia ortodoxa copta está todavía muy presente en países como Siria, Líbano, Irak o Egipto, donde, como en este último país, representa el 10% de la población, mientras que los católicos sólo alcanzan los 300 mil fieles, de más de 90 millones de habitantes.
Los atentados perpetrados contra dos iglesias el Domingo de Ramos con casi 50 muertos y los miles de víctimas y millones de desplazados como consecuencia de la persecución del Estado Islámico contra los cristianos, hacían más necesaria que nunca la presencia del Papa para estar muy cerca de quienes están sufriendo la violencia y los ataques más sangrientos simplemente por el hecho de su fe religiosa.
Francisco asumió los riesgos de un viaje nada fácil pero que, como los hechos han demostrado, lo exigía su relevante misión de transmitir fortaleza y consuelo a quienes están sufriendo el desgarro del fanatismo y la intolerancia yihadista más cruel y asesina en sus propias vidas.
En uno de mis viajes parlamentarios por las tierras de Siria y Líbano, tuve la oportunidad, junto con mis colegas de la delegación, de entrevistarnos con miembros y jerarquía de la Iglesia copta. Se lamentaban entonces, hace ya más de quince años, de una cierta soledad para enfrentarse a un ambiente que ya lo advertían como hostil y en franco retroceso con respecto al crecimiento imparable de una mayoría musulmana.
Fue como una premoción, ya que un convento greco-ortodoxo de monjas de los que visitamos, Santa Tecla, en la población de Malula, fue atacado hace escasamente tres años, por los yihadistas del Frente Al-Nusra, que, después de masacrar la población, tomaron como rehenes a 12 de sus residentes.
Conocer sobre el terreno la realidad de esas tragedias y la angustia de quienes han sufrido y siguen sufriendo esa barbarie, hacen aún más cercana y comprensiva la meritoria y difícil visita que el Papa Francisco hizo recientemente a Egipto.
De sus relevantes encuentros nos ha dejado un rico legado de discursos y reflexiones. He querido entresacar especialmente unos párrafos del que pronunció el 29 de abril a los participantes en la Conferencia Internacional para la Paz en Al-Azhar Conference Centre, que representa toda una alternativa a la sinrazón de la violencia que hoy se está viviendo en el mundo:
“Educar, para abrirse con respeto y dialogar sinceramente con el otro, reconociendo sus derechos y libertades fundamentales, especialmente la religiosa, es la mejor manera de construir juntos el futuro, de ser constructores de civilización. Porque la única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del encuentro, no hay otra manera. Y con el fin de contrarrestar realmente la barbarie de quien instiga al odio e incita a la violencia, es necesario acompañar y ayudar a madurar a las nuevas generaciones para que, ante la lógica incendiaria del mal, respondan con el paciente crecimiento del bien: jóvenes que, como árboles plantados, estén enraizados en el terreno de la historia y, creciendo hacia lo Alto y junto a los demás, transformen cada día el aire contaminado de odio en oxígeno de fraternidad”.
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