En México, desde el triunfo de la República (1867), se conformó en la cultura patria un mito unificador liberal para darnos identidad y lograr integrar un Estado nacional, hasta entonces maltrecho y fallido. Importantes historiadores nacionales y extranjeros han estudiado esto, pero recuerdo en particular al estadounidense Charle Hale, al inglés David Brading y entre nosotros a José Antonio Aguilar Rivera. Ellos hablan de que ese mito unificador en que se convirtió el liberalismo, en lugar de cumplir su función como ideología y ser una guía de construcción de futuro, se fue convirtiendo en un ancla que nos arrastra hacia el pasado y que nos impide ver con claridad las alternativas para el porvenir. Nuestro liberalismo mítico, más bien se fue volviendo sagrado. En México se puede ser todo, mientras te asumas como liberal, y la polémica emerge sólo cuando hay quien reivindica que, el suyo, es el verdadero liberalismo y no el de los demás.
En contraparte, el mito unificador liberal tuvo como uno de sus graves saldos que el conservadurismo se considerara extinto como raíz histórica, como postura política y como tendencia cultural: en México puedes ser todo mientras no te asumas como conservador o serás fuertemente atacado o reprimido desde todos los flancos. Por lo tanto, en nuestra historia el concepto liberal se ha aplicado más en términos históricos o partidarios que en función de las ideas. Por ello, lejos de la ortodoxia y de la congruencia, en México hemos tenido “liberales” estatistas, “liberales” autoritarios, “liberales” enemigos de la tolerancia religiosa y hasta “liberales” marxistas. Con interpretaciones tan difusas y poco delimitadas ya no queda tan claro qué significa esa ideología. Cuando algún político o intelectual siente que sus posturas no empatan bien con las tesis del liberalismo original, no puede admitir que éstas sean conservadoras. Paradójicamente, muchas veces han optado por llamar a esas posturas heterodoxas “progresistas”, sea lo que esto signifique.
Todo esto viene a cuento porque la ausencia de una real y sólida tradición conservadora en México en el ámbito político e intelectual, nos toma muy mal parados ante los nuevos acontecimientos mundiales. Está iniciando un ciclo conservador en el orbe. No es un fenómeno aislado, es una ola que va creciendo y tomando fuerza en todo el mundo occidental. Lo vemos surgir y expandirse en Europa, en la oriental y en la occidental, así como en Estados Unidos; con una fuerza que se ha detenido en algunas naciones como un mero impasse, pero en donde finalmente acabará por imponerse. Es el caso de Francia u Holanda, donde la derrota de los conservadores implica una simple espera para una coyuntura más favorable. Así lo ven estudiosos de este fenómeno como el filósofo holandés Rob Riemen (Para combatir esta era), aún sin ser simpatizante del mismo.
Como en el caso del liberalismo, este conservadurismo tiene distintos énfasis y distintos rostros, no es unánime ni homogéneo, sin embargo, tiene puntos en común: rechazo a la globalización y a la apertura indiscriminada de fronteras; rechazo a migrantes que no compartan los mismos valores culturales que los del país que los recibe; reafirmación de los valores espirituales y de la religión como factores de cohesión y unidad nacional; reivindicación del derecho a la vida desde la concepción; reivindicación de la familia como centro y núcleo de la sociedad; rechazo a la ideología de género y a los feminismos radicales; rescate de las tradiciones históricas para reconstruir la identidad cultural de una comunidad, una nación o una región.
Es extraño que ningún pre-candidato presidencial en México asuma esta agenda, y no en términos de que sea la correcta o la que nos agrade, sino porque electoralmente ha dado muy buenos rendimientos electorales en las naciones donde ha emergido. Y en nuestro país abundan los políticos ávidos de buenos réditos electorales, para lo cual son capaces de cualquier cosa. En México, nuestro espectro electoral es limitado y eso hace aburridas las contiendas electorales. Todos los candidatos son “progres”, sea lo que eso signifique. El partido que en idea debería reivindicar una agenda como ésta, o al menos parecida, como lo es el PAN, ni siquiera la considera. Es más, están tratando de buscar una alianza con un partido pequeño que se opone totalmente a los temas contenidas en ella, y el PAN está en actitud de flexibilizar al máximo sus posturas para lograr dicha coalición. Eso, no sólo es una traición doctrinaria, sino también un inmenso error en términos electorales.
¿Quién sabe cuál es el motivo de esa gran ausencia de una plataforma electoral conservadora o neoconservadora en México, y de la abundancia de ese “progresismo” amorfo? Quizá tengan razón los estudiosos que arriba mencioné y el mito unificador liberal, en lugar de abrirnos al futuro, se ha convertido en un lastre que nos arrastra hacia el pasado y que nos impide ver con claridad las alternativas para el porvenir.
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