Al estar saliendo de la casa, oí el silbido del afilador, pronto llamé a la familia para que sacaran los cuchillos al amolador. Un trabajador ambulante que ofrece sus servicios de afilar cuchillos, tijeras y otros instrumentos de corte. Un artesano cuya imagen ya es historia recorriendo las calles anunciando su paso con su flauta de caña o plástico, haciendo su breve melodía como una escalerilla musical.
El afilador lleva el oficio en la sangre y considera que es un arte. Ahora son pocos los que quedan, andan a pie, en bicicletas, o en motocicletas; se han establecido los negocios de afiladuría, que afectan su trabajo. No obstante que tienen poco quehacer por la invasión de instrumentos cortantes desechables les gustaría que el oficio continuara.
Otro día me encontré con un afilador, Antonio Hernández, un anciano vestido con ropa sencilla, que sabe que practica una tradición que está desapareciendo lentamente. La rueda de piedra manejada con una mano empezó a girar. Sostenía un cuchillo, lo pasó por la piedra de amolar para atrás y para adelante, con cuidado. Don Antonio me dijo que este oficio le ha dado de comer toda la vida, lo mismo que a sus dos hijos, una mujer y un hombre, quienes hicieron su carrera gracias a ese trabajo. “Me gusta mucho mi oficio, así lo hago todos los días”, me dijo.
Hay afiladores que manejan la piedra de afilar con la mano, hay otros que han instrumentado un sistema con el que le dan vuelta con la rueda de la bicicleta o con la rueda de la motocicleta. En todos los casos son gente a quienes los vecinos quieren ver periódicamente y, cuando no aparecen, esperan que pronto vayan porque sus herramientas ya necesitan filo.
La figura del afilador siempre ha estado presente en la vida de la población. Los pintores Kazimir Malévich, con “El afilador de cuchillos” de 1567 y Francisco Goya con “El afilador” de 1790, le han dado vida para la posteridad. Lo mismo ha sucedido con el Monumento al Afilador, en Nogueira de Ramuín (Orense) y con “El amolador”, de aproximadamente 1640, en el óleo sobre lienzo de Antonio de Puga, que se encuentra en el Museo de Hermitage, San Petersburgo.
Los afiladores, que trabajan con la piedra de esmeril, son trabajadores por su cuenta, su servicio no es subordinado como el trabajo protegido en la Constitución y en la Ley Federal del Trabajo. La seguridad social debe protegerlos.
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