La frase, aunque suene absolutamente increíble, la acaba de escuchar un hermano sacerdote, capellán de un colegio católico. Todo comenzó cuando, con sano criterio pastoral, les pidió a los niñitos de los primeros grados de la escuela primaria que llevasen un Niñito Jesús; para ser bendecido en Misa, y que pudiera ser colocado en los nacimientos hogareños.
Unos poquísimos padres respondieron entusiasmados y agradecidos, por nutrirse de ese modo la fe de sus hijos; y les dieron a sus pequeños imágenes muy queridas para ellos, como las de su infancia, o de algún acontecimiento familiar importante. La gran mayoría respondió con poco interés, como si se tratase de comprar goma Eva, pegamento, o algún otro material didáctico. Y una minoría beligerante que, obviamente, no tenía ningún Niñito Dios en casa, apeló a descargar su furia contra el pobre capellán. ¿Cómo se le ocurría, a esta altura del año, pedir semejante cosa? ¿En qué juguetería o centro comercial conseguirlo? Y, lo más insólito, fue arrojado a sus barbas por una vehemente madre, quien no dudó en recriminarle: ¡Si es Navidad, ¿qué tiene que ver Jesús…!.
El vapuleado cura, a esas alturas, no pudo contener una sonrisa ante lo tragicómico de la situación. Y, aunque sabedor de que sus argumentaciones serían equivalentes a un intento de arar en el mar, se tomó su tiempo para dar alguna explicación. Por cierto, es imposible suplir cuarenta o más años de analfabetismo religioso con contadísimos minutos, a esta altura del año… Y así fue, nomás. La progenitora terminó soltando un fastidioso suspiro y, para nada convencida, concluyó diciendo: Y bueno, ya veré dónde se lo compro…
La escena podría parecer propia de un cuadro surrealista pero forma parte, lamentablemente, del nivel de descristianización y paganismo que sufrimos en nuestra amada Argentina. Los bautizados paganos –como bien los definiera Benedicto XVI- suman millones en nuestro país. Para ellos, en el mejor de los casos, Jesús es un personaje histórico importante, sabio, que hizo mucho bien; pero que poco y nada tiene para decirle al hombre tan abierto y progresista de estos tiempos de la, así llamada, posverdad.
Nuestro Señor, ni de lejos, es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6) para ellos. A lo sumo es un pretexto para celebrar estas fiestas; como llaman a la Navidad, sin ninguna referencia religiosa.
Lo vemos en todas las capas sociales, especialmente en las más estragadas por el materialismo y el consumismo. Ya, por caso, no figuran los Reyes Magos, sino el inexistente, ridículo y hasta grosero Papá Noel; exitoso invento de la gaseosa más popular del mundo, apelando al sistema de sustitución simbólica, para vender su producto.
Se ve en los saludos que se intercambian casi mecánicamente: Felices Fiestas, o un más vago todavía Felicidades, que no dicen absolutamente nada… Ni que hablar de los que conspiran contra el festejo de la Navidad, con el argumento de que estas fiestas entristecen… Como hace dos mil años, en Belén, tampoco hoy hay lugar para el Rey de Reyes y Señor de Señores (Ap 19, 16). Y este hombre nuevo del Nuevo desorden Mundial, que nada tiene que ver con el hombre nuevo paulino (Col 3, 9 -10), no solo que no le deja lugar a Jesús para que nazca, entre los alimentos y los excrementos de los animales del pesebre, sino que con prepotencia busca ocupar su lugar. Todo vale para el descontrol del fin de año, en el que lo único que cuenta es el endiosamiento humano, y la negación divina.
Nuestro Arzobispo de La Plata, Mons. Héctor Aguer, viene reiterando desde hace varios años que la inmensa mayoría de los padres que mandan sus hijos a nuestros colegios católicos solo lo hacen porque en ellos aprenderán a leer y escribir. El descalabro de los colegios del Estado es tan patético que los niños comienzan sus secundarios deletreando… La corrupción politiquera, la ideología de género, la masonería, y el narco-porno-liberal-socialismo del siglo XXI, muestran allí su cruel ensañamiento contra los pobres más pobres. Todo vale para favorecer la antinatalidad, y contar con mano de obra esclava…
Hace varios años, el escritor colombiano García Márquez, aun desde su marxismo militante, escribió un artículo que tituló Estas Navidades terribles. Se refería ciertamente, en él, a la guerra contra la guerrilla, que desangró durante décadas a su tierra. Pero, por sobre todo, hablaba de cómo el mercantilismo y la degradación egoísta habían terminado de quitarles, especialmente a los más pobres, un puro y noble motivo de felicidad.
Sin ir más lejos, lo vivo en las jurisdicciones de las parroquias adonde estoy destinado; en las periferias geográficas y existenciales, como se las llama ahora. Días pasados les pregunté a un grupo de niños, cerca de la parroquia Santos Mártires Inocentes: ¿Cómo están, chicos; cómo se preparan para recibir a Jesús? Se miraron extrañados y me repreguntaron: ¡Jesús…!. ¿Quién es Jesús…?. Ni noticias de él; ni siquiera una noción filantrópica o revolucionaria, como tantas veces se difunde…
Claro que sí: serán unas Navidades terribles para tantos compatriotas que, como esta señora del colegio, seguirán festejando sin saber qué. Mucho de noche, y poco y nada de buena…
¿Cómo puede ser, padre –me preguntó un niñito de catequesis, en su admirable candidez- que tanta gente festeje el cumpleaños de Jesús sin Jesús…? Lamentablemente es así… Vivir como si Él no existiera solo lleva a destruirnos. Y ahogarnos en comida, bebida, y otros excesos para pretender llenar, sin éxito, la angustiante perforación del vacío…
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