Andrés Manuel, el mismo de siempre

No es de sorprender que Andrés Manuel vuelva a la querencia, a su lado flaco, con la gente en que confía, con la que se siente a gusto. Se trata de hampones, políticos corruptos que, amparados en un discurso burdo y mentiroso, se han ocultado durante años en puestos que les han dado impunidad, y cuando no los tienen, el manto protector de AMLO los protege, los cuida, los mima a cambio de los favores en su campaña: acarreo, reparto de dinero y demás modos priistas –ahora también panistas y perredistas– de hacer proselitismo. 


Andres Manuel López Obrador


Se ha dicho hasta la saciedad: chango viejo no aprende maroma nueva. Por más que López Obrador intente mostrar que cambia, que quiere dar un paso adelante para esconder su ignorancia y su intolerancia, su manera de ser lo traiciona, le imposibilita ese cambio. Siempre será el tipo radical, incapaz de comprender la modernidad, el hombre fanático de sí mismo que cree que su palabra puede cambiar la realidad. 

Este año, Andrés Manuel comenzó nuevamente un intento de cambio de imagen. Seguramente lo han convencido de que tiene que hacer caso a sus asesores, intentar una imagen más suave, menos radical para poder conquistar otro tipo de voto. Su tercera contienda para la Presidencia le daba bonos (menos de los que él y sus seguidores pensaban, pero muy buenos para arrancar) de credibilidad. Además, el hartazgo por la corrupción rampante de este gobierno abre las posibilidades de un cambio. Por tales razones lo pusieron a viajar. Lo llevaron a Europa y a Estados Unidos. Ahí también salió con sus arranques de intolerancia. En un foro con hombres de negocios y académicos, su semblante daba muestras de contención furiosa ante una intervención del moderador sobre la palabrería del tabasqueño. En Nueva York resultó un escándalo su encontronazo con el padre de uno de los estudiantes asesinados en Ayotzinapa, a quien descalificó llamándole provocador. 

En el ámbito de los negocios se hace acompañar por Alfonso Romo, un empresario de la vieja escuela, salinista, defraudador hasta de su familia, un tipo cuando menos dudoso, un empresario a la “antigüita”, pero que se consideró un gran avance para el hombre Cromañón que es López Obrador. Romo comparó a Andrés Manuel con el derechista radical colombiano Álvaro Uribe. Se entiende, AMLO cabe en comparación con radicales de cualquier signo. 

En estos días ha salido AMLO, ha ido por sus viejos amigos, los impresentables de siempre: los hampones, los payasos, los vividores del presupuesto. Defender al líder del PT, Alberto Anaya, de la robadera que organizó con su esposa, no habla bien de lo que piensa el líder de Morena sobra la justicia. El usufructo de centros infantiles para triangular dinero y llevarse recursos públicos es indignante. El robo de dinero, en transferencias o en efectivo, es una práctica que siempre protagonizan los cercanos al tabasqueño. 

Haber incorporado a Félix Salgado Macedonio, como representante suyo en Guerrero, no quedará sin comentarios durante la campaña. Que AMLO tenga ciega confianza en quien llevó a Acapulco a altísimos niveles de violencia y en los que salieron a relucir sus nexos con miembros del crimen organizado, es entrar de nuevo en el camino de Iguala. El escándalo es una conducta habitual en Salgado Macedonio, lo mismo como teporocho de cantina que como acosador de mujeres. Esa es la gente de Andrés Manuel. Y es que Andrés Manuel es el mismo de siempre.

 

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