El reportaje del The New York Times sobre la publicidad del gobierno mexicano en los medios de comunicación ha generado una gran cantidad de comentarios. No se trata de ninguna novedad, sino simplemente que lo publicó el NYT y eso le da una mayor difusión, además de que, por los estándares periodísticos de ese medio, se considera cierto lo que publica (cuando ha caído en mentiras o inexactitudes corrige y pide disculpas de inmediato, algo impensable en México). Si algún medio mexicano hubiera publicado un reportaje similar, casi nadie lo hubiera tomado en cuenta y se hubiera dicho que “le habían retirado la publicidad”, o a saber “quién había mandado hacer el artículo” para golpear a fulano y sutano.
Las relaciones entre medios y poder en México –salvo contadas excepciones– ha sido de sometimiento, y el dinero publicitario en ese sentido es ya el único eslabón que sostiene esa dependencia. Entre los pendientes que dejaron los gobiernos panistas –o que simple y sencillamente no abordaron– está precisamente el de la relación con los medios de comunicación. Al contrario de lo que debían hacer, decidieron imitar el modelo priista –con el que los empresarios de medios se sienten tan a gusto– y tratar de jugar al uso perverso del dinero. Por supuesto, no les salió: dieron enormes cantidades de dinero y los medios los madreaban todos los días. Con el regreso del PRI a la presidencia, como en otros rubros, regresamos 30 años en esa relación.
A la enferma dependencia que tienen los medios, regresó el manejo truculento de “la línea” de la mano de la publicidad. A los medios no les ha importado cambiar, adaptarse a las exigencias de un nuevo mercado informativo. Depender del gobierno es obtener el dinero necesario. Por eso casi no tenemos empresarios de medios –por ejemplo, en el radio–, sino administradores de concesiones.
Sin lugar a dudas, algo hay que hacer con el tema. Es insostenible en términos de libertad y de democracia. La grosera dependencia mediática está por llegar a su fin, porque el propio mercado está acabando con ese viejo modo de hacer política y comunicación. El caso de La Jornada, salvado inexplicablemente por el gobierno priista, es sintomático. Como sintomática es su respuesta a lo publicado por el NYT. En su “Rayuela”, un espacio que algún día se dedicó a la fina ironía y ahora es simplemente patético, el periódico mexicano se pregunta por “la mano que mece la cuna” del NYT. Los directivos de La Jornada piensan que todo es como en su caso, en donde todos sabemos que es Peña la mano que mece esa cuna. Y se entiende, los medios aquí se dedican más a la industria del chantaje que a la de las noticias.
Es un hecho que si la publicidad oficial se suspende, desparecerían gran cantidad de medios (y no sólo si pensamos a nivel nacional, en los estados es peor la relación y la dependencia del gobierno). No es responsabilidad del gobierno mantenerlos. Los medios deben profesionalizarse, los que lo han hecho les ha ido bien: hacen negocio y tienen prestigio. Habría que pensar en un modelo en el que no suceda todo de golpe y pueda reajustar modelos de comunicación y de negocios. Por supuesto que esto implica asumir nuevos retos: los gobiernos deberán aprender a comunicarse de otra manera, y los medios a trabajar de forma distinta. No está fácil, pero es el único camino que queda, porque una gran cantidad de medios, tarde que temprano, van a tronar. En este tema, como en muchos otros, la realidad aprieta.
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