PAN, PRD y MC no deben aprobarle ni una coma en cambios constitucionales. Es un presidente que se ha destacado por su desprecio al Legislativo y por ningunear la Constitución.
Ya estamos en el tramo final del mandato de Andrés Manuel López Obrador. Lo que hizo ya quedará para la posteridad. Lo que deshizo –que es y será bastante más de lo que haya podido hacer– habrá que reconstruirlo. Años tardará el país en recuperar lo que este periodo de destrucción sistemática ha dejado arrumbado y desbaratado. Solamente la ineptitud imperante en el gobierno ha impedido una mayor demolición del entramado institucional que había construido el país en décadas.
Los tiempos políticos se cumplen casi siempre a cabalidad. Empezó ya el periodo de conclusión del gobierno de López Obrador, que algún día despertó tantas esperanzas y que terminará en un decadente espectáculo de un merolico mañanero diciendo la enésima bobería. El propio presidente dio el banderazo a sus corcholatas a la competencia por la sucesión. Esta decisión implicó el pasar la atención, el compartir el escenario con quienes considera que lo deben suceder. Lo que no logró para esta época hay que darlo por muerto o pospuesto, porque ya no se va a hacer. Le queda apurar la demolición de lo que queda y la entrega de sus obras emblemáticas.
Por eso sorprendió la iniciativa, reforzada por el PRI, de alargar la fallida estrategia de seguridad del presidente y dejar a los militares a cargo hasta mediados del sexenio entrante. Es una suerte de protección para un proyecto, simple y sencillamente la intromisión en otro gobierno o las ganas de seguir gobernado desde afuera. Por eso hizo la oposición muy bien en rechazar la propuesta del presidente, apadrinada por el priismo más corrupto y procaz. Se trata de algo casi de último momento, un viraje de este gobierno en materia de seguridad y discurso amparados en un criminal “me equivoqué”.
PAN, PRD y MC no deben aprobarle ni una coma en cambios constitucionales. Es un presidente que se ha destacado por su desprecio al Legislativo, por ningunear la Constitución y la ley, por odiar a sus adversarios, por sembrar la cizaña entre los mexicanos, por organizar desde la silla presidencial linchamientos públicos; ahora resulta que quiere que le aprueben sus caprichos. Ni una coma. Nada gana la oposición con este señor. Gana más con un discurso claro de rechazo a las pretensiones dictatoriales del presidente, al tiempo que se define quién está de qué lado. Hay que tomarle la palabra al presidente: son tiempos de definiciones. Queda claro que hay que estar en contra de su proyecto transexenal.
Es posible que algunos elementos del PRI salgan con alguna propuesta descafeinada para lavarle la cara a la pasada iniciativa. No se trata de una negociación política, de programa, legislativa, se trata de la respuesta a las amenazas del gobierno lopezobradorista en contra de personas que tienen que emitir su voto en el Senado. El PRI está dividido y destrozado como instituto. Se puede contar con algunos individuos, pero el instituto como tal, con su directiva, está en las manos del presidente.
Cierto que la política es negociación. Cierto que la democracia exige escuchar al otro, mostrar actitud dialogante, pero es cuando se dan las condiciones de diálogo y negociación, no cuando estas se han dinamitado y se busca el exterminio político de los cuadros opositores. A los promotores de eso ni una coma hay que aprobarles. Habrá que verse en las urnas para empezar de nuevo.
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