Al destruir a otros la sensibilidad se deteriora de tal manera que se pierde el control de las propias acciones y se termina destruyendo a los próximos, muchas veces a los miembros de la familia.
Con el mal uso de la libertad la persona puede ir contra sí misma y destruirse, no solamente a ella sino a sus semejantes. Es el reto de los humanos: tener tesoros en nuestras manos y elegir aplicarlos para bien o para mal.
Precisamente, por ser una especie superior, los humanos no nos regimos por los instintos, aunque los tenemos. Nos regimos por elecciones y éstas se apoyan en los datos adquiridos. Sin embargo, esos datos podemos aplicarlos bien si la decisión está acompañada por un motivo justo y por una buena deliberación.
Este proceso puede desviarse del buen fin si nos precipitamos, si no tenemos los conocimientos adecuados, si nos ciegan las pasiones o sufrimos de presiones externas. Todas estas circunstancias pueden afectar la moralidad de las decisiones. Por eso, es importante apoyarnos en las virtudes, especialmente en la prudencia.
Nos podemos preguntar ¿por qué la prudencia? La pregunta puede manifestar cierta antipatía por esta virtud. Es posible cuando se le identifica con pusilanimidad o indecisión. Pero es todo lo contrario pues la prudencia ayuda a deliberar antes de actuar, al ver pros y contras se facilita decidir con fundamentos, a veces convendrá actuar y otras no, pero se sabe dar razón de la elección.
En la actualidad, el ambiente circundante no propicia las virtudes, pululan los actos injustos y violentos, las personas destacadas viven de manera superficial y los medios de difusión aprovechan la curiosidad del público para describir asuntos poco edificantes. Ya notamos los resultados en el deterioro de las costumbres. Así todas las relaciones se deterioran y quienes más lo recienten son las relaciones familiares y también se desdibuja la amistad.
Con lo cual el deterioro de la humanidad es grande porque se vulnera a la familia, sociedad natural totalmente adecuada al desarrollo de las personas. Y al desvirtuar la amistad, el trato entre las personas pierde la brújula, ya no se respeta ni se valora la compañía humana, la sensibilidad poco a poco va atrofiándose. En ese estado interior sin rumbo y sin consejeros lo más absurdo se vuelve cotidiano. Esta es la razón de tantos crímenes. No se valora ni se respeta a los semejantes.
Hay cuentos y novelas donde se teme a las invasiones de seres de otros planetas que vienen a terminar con la humanidad. Esos relatos son fruto de la fantasía. Sin embargo, ahora hay múltiples guerras fratricidas, pueblos que atacan a otros para quedarse con sus bienes. Poco se piensa en compartir o en canjear bienes. Poco se piensa en ganar-ganar. Las preferencias van en la línea de atacar para apoderarse de lo de los demás.
Los avances científicos y tecnológicos muchas veces se utilizan para hacer daño. Al destruir a otros la sensibilidad se deteriora de tal manera que se pierde el control de las propias acciones y se termina destruyendo a los próximos, muchas veces a los miembros de la familia.
Específicamente el deterioro ha llegado a temas inimaginables. Se cuestiona el modo de reproducirnos y también el cuidado de la niñez. Peor aún ya no se valora la procreación. Por lo tanto, hemos llegado al sorpresivo hecho de que no deseamos cuidar nuestra propia especie, mantener nuestra supervivencia.
Otra causa muy degradante es el afán de disfrutar, de no sufrir, de gozar a como dé lugar. Se busca el placer por el placer. Estos planteamientos degradan a las personas porque atrofian sus anhelos de superar las dificultades, de sacrificarse para emprender trabajos arduos, pero con resultados nobles. En el fondo hay empalago y decepción. Y esto lleva a despreciarse, aunque no se quiera reconocer tal deterioro.
El ambiente hiper sexualizado empalaga y causa rechazo. El desenfreno sexual nos está llevando a la reacción contraria, desdibujar el sexo y con una aplicación desfigurada ya no es para la reproducción de la especie sino para nuevos diseños de placer. Esto también provoca confusiones, no saber quién se es sexualmente: homosexual, bisexual, lesbiana, que, o?
La pérdida de la identidad sexual también afecta al desarrollo demográfico. Otro factor que propicia la disminución de los seres humanos.
Tanta información de estos hechos resulta tóxica. Oculta otra cara de la realidad. Es tóxica porque con la difusión desmedida de esos acontecimientos, tratan de convencernos de que estas conductas son las propias de estos tiempos. Eso es una gran mentira que busca desaparecer a la humanidad. El sitio de la humanidad no es para momificarla en los museos.
La humanidad, sobre todo, cuenta con la historia de personas variadísimas por su nacionalidad, su profesión, sus capacidades y sus limitaciones, quienes nos ejemplifican cómo lograron sus metas. Cómo ayudaron a los demás, cómo vencieron sus temores y sus dudas. Y al conocerlos nos llevan a descubrir que a nuestro lado siguen existiendo personas así. Incluso nos pueden sugerir que cada uno de nosotros es capaz de recorrer una vida semejante.
Por ejemplo, el 9 de agosto, fue el aniversario de la muerte, en una cámara de gas, de Edith Stein, célebre filósofa que al hacerse carmelita toma el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz. Su vida es ejemplar y, además, nos deja sus escritos. Tiene frases inspiradoras. Por ejemplo, dedica la siguiente a las mujeres: “La mujer busca de forma natural abrazar lo que es vivo, personal e íntegro. Cuidar, guardar, proteger, nutrir y promover el crecimiento es su anhelo natural y maternal”.
Si nos acostumbramos a investigar las efemérides del día o el santoral nos llenaremos de ejemplos de triunfadores que pueden contrarrestar con creces las malas noticias. Y asegurarnos que tenemos humanidad para rato.
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