Es un hecho evidente que el régimen de AMLO, además de enfrentarse con los más diversos sectores sociales, políticos y económicos del país, se abre ahora un nuevo frente: la Iglesia católica.
A raíz de los asesinatos de dos sacerdotes jesuitas y de un guía de turistas en plena Sierra Tarahumara (México), el escándalo ha ido en aumento llegándose al extremo de que muchos opinan que nos hallamos en víspera de un enfrentamiento entre Iglesia y Estado.
Y es que durante el funeral de los misioneros se oyeron voces tanto del provincial de la Compañía de Jesús como importantes dignatarios de la Iglesia protestando por el clima de impunidad que solamente favorece a los asesinos pagados por los narcotraficantes.
Fue a partir de entonces cuando los religiosos expresaron que la política de “abrazos, no balazos” no había sido más que un rotundo fracaso.
A esto el presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) respondió diciendo que él tenía otros datos, que la política de los abrazos había sido un éxito y que no era cristiano aplicar la ley de talión o sea la de “ojo por ojo y diente por diente”
Falso que la Iglesia haga un llamado a la rebelión; por el contrario si la Iglesia pide que las autoridades protejan a los ciudadanos, es precisamente para evitar que la gente se haga justicia por su propia mano.
Y así ha ido subiendo el tono llegándose al sábado 2 de julio, día en el que monseñor Ramón Castro Castro, obispo de Cuernavaca, encabezó una marcha de la paz y en ella, ante miles de seguidores, dijo lo siguiente:
“Nunca será lícito ni legal que la autoridad civil claudique de su responsabilidad en materia de seguridad y paz social, para eso tienen el poder y uso legítimo de la fuerza; abrazos, no balazos es demagogia y hasta cierto punto complicidad. Autoridades: no fallen. Cumplan su función, garanticen con hechos la seguridad”.
Por su parte el Padre Javier Ávila S.J. remató con una frase que pronunció durante el funeral de los dos jesuitas sacrificados: “Los abrazos ya no alcanzan para cubrir los balazos”.
Y como ocurre siempre que en el curso de una discusión quien se queda sin argumentos recurre a los insultos, AMLO no podía ser menos ya que respondió diciendo que todo era un complót de los conservadores para enfrentar a su gobierno con la Iglesia.
Y también tuvo la “ocurrencia” de decir que los jesuitas se dedicaban a atender a los adinerados porque los tenían apergollados.
Vaya extremos a donde conduce la ignorancia. Y es que precisamente los jesuitas asesinados atendían –junto con varios de sus compañeros de hábito- a gente que vive en las zonas más pobres de la Tarahumara.
O sea que no eran ni “fifís”, ni neoliberales quienes lloraron la muerte de dos seres humanos excepcionales que consumieron la mayor parte de su vida sirviendo al prójimo en una de las zonas más inhóspitas del país.
Y así hasta llegar al punto en que la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) hizo un llamado para una Jornada de Oración por la Paz que habría de celebrarse a partir del 10 de julio en todo el país.
Ante todo lo anterior, es un hecho evidente que el régimen de AMLO, aparte de enfrentarse con los más diversos sectores sociales, políticos y económicos del país, se abre ahora un nuevo frente: la Iglesia católica.
Un enfrentamiento del cual no puede salir nada bueno tanto para la Iglesia como para el régimen.
*A la Iglesia puede ponerla en riesgo de sufrir una persecución religiosa como la que padeció en tiempos de Calles y que desencadenó la guerra cristera. No se olvide la gran cantidad de sacerdotes que han sido asesinados durante los últimos años.
*Al régimen puede hacerle perder no solamente popularidad sino que –si se llega a extremos incontrolables- volverlo odioso puesto que si una institución es querida y venerada por los mexicanos ésa es precisamente la Iglesia católica.
Un enfrentamiento estéril nacido de las ganas de provocar por el simple placer de provocar y que en un pueblo abrumadoramente católico como el mexicano no puede traer nada bueno, especialmente para el provocador…
Por lo pronto, más que pedir manifestaciones violentas en las que se causen destrozos materiales y se escuchan gritos de odio, la Iglesia lo que ha pedido es todo un mes de oraciones por la paz.
Unas jornadas que concluirán el 31 de julio, fiesta de San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas en cuya fecha habrá de pedirse también por la conversión de los asesinos.
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