Como estamos ya en el tramo final de gobierno, López Obrador se sentirá aislado y se radicalizará en todos sentidos, guiado por su egocentrismo colosal.
Hay que aceptarlo. El presidente está mal. No funciona bien. Las cosas que dice y hace lo muestran como un sociópata incapaz de entender los sentimientos de los demás. Un tipo alejado de la realidad que vive en un mundo en el que solamente existe él y las cosas que le suceden a él. Por eso cuando hay un asesinato resulta que la víctima es él y no el muerto; cuando hay una mujer violada o golpeada, la víctima es él porque le reclaman seguridad. El presidente también muestra una megalomanía que, si no fuera presidente de la República, causaría carcajadas.
No se reponía de la tragedia el país del asesinato de los sacerdotes jesuitas en la sierra Tarahumara, cuando el presidente ya difundía su participación en un partido de beisbol para el cual se confeccionó un equipo que enfrentara al presidente. El primer mandatario difundió ampliamente su pasatiempo deportivo, se tomó fotos con los participantes y mandó grabar un video de manera profesional para difundir sus atléticas hazañas. Ni una muestra de luto, un poco de solidaridad y conmiseración con los familiares de los asesinados, un poco de vergüenza pública por lo sucedido. Nada. Lo importante es que él tenía un juego y demostrarle a los demás que pudo haber sido un gran jugador de altura internacional, una estrella en el firmamento deportivo, una gloria postergada del beisbol. Pobre. Para ese efecto, su equipo no repara en cursilerías y lambisconerías del más bajo nivel, como hacerle una camiseta con el número uno. Ridículo. Lo que queda claro de esas imágenes es que ese es el país en el que vive nuestro presidente: la nación escurre sangre, mientras él se divierte y sus empleados lo alaban por sus alardes deportivos. Indolente a niveles ofensivos, el presidente subraya todos los días su dedicación más importante: él mismo.
En ese sentido, también la semana pasada, el presidente se quejó amargamente –salvo el beis, todo lo demás es amargo en ese señor– de que el mundo no le hace caso. Que el conjunto de las naciones del orbe no toma en cuenta su gran inteligencia y sus propuestas innovadoras, realistas y comprensibles desde cualquier ángulo que se les mire. ¿Por qué el mundo ha optado por no hacerle caso a este merolico mexicano? Quién sabe. Allá ellos que se lo pierden. “Fui a plantear a la ONU que había que atender el problema de fondo: hay 800 millones de seres humanos que viven o sobreviven con un dólar diario, mientras unos cuantos han visto crecer sus riquezas como nunca, y no pasó nada, no se hace nada”, dijo en su conferencia de prensa. Que quede claro que él quiso salvar al mundo, que diagnosticó como nadie la situación mundial y que ofreció la salida correcta a los azotes mundiales. Desgraciadamente, el egoísmo, la envidia que le tienen los otros presidentes por no ser tan inteligentes ni talentosos como él, impidió que el mundo avanzara. De veras de risa loca.
Así serán los días que vienen: oscilando entre la sociopatía y la megalomanía presidencial. Y, claro, como estamos ya en el tramo final de gobierno, López Obrador se sentirá aislado y se radicalizará en todos sentidos, guiado por su egocentrismo colosal.
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