Será interesante saber qué hacen las otras corcholatas al respecto, porque en cualquier momento veremos a Marcelo Ebrard vestido como san José.
Es de sobra conocida la historia de Pablo de Tarso. Frenético perseguidor de cristianos, se dirigía a Damasco para detener a seguidores de Jesús cuando “fue objeto, de un modo inesperado, de una manifestación prodigiosa del poder divino: deslumbrado por una misteriosa luz, arrojado a tierra y cegado, se volvió a levantar convertido ya a la fe de Jesucristo”. Lo demás es conocido también: Pablo se dedicó de la misma manera frenética a predicar las enseñanzas de Jesús por extensos y lejanos territorios. Hoy lo conocemos como san Pablo.
Esto viene a cuento por la repentina conversión de la señora Claudia Sheinbaum al, suponemos, catolicismo, pues decidió, de manera súbita, ataviarse con una falda en la que estaba estampada la Virgen de Guadalupe. Pablo de Tarso estaría conmovido viendo que alguien lo imita a siglos de distancia. La formación de Sheinbaum nos permite aventurar que la religión, en cualquiera de sus opciones, no es lo de ella. Se sabe, si pudiera ser comunista y comecuras, Claudia lo sería, pero ya pasó el tiempo de esas actividades. A lo mejor lo fue en su momento, después de que de niña, a los 12 años, contribuyó de manera decidida a detener la guerra de Vietnam, según confesó a un periodista hace unos meses. De lo poco que se sabe sobre sus creencias religiosas, lo único que ha dicho es que creció en un ambiente sin religión. Claro, eso no obsta para no tener una. A la mejor su cercanía con López Obrador le ha dejado ver las enseñanzas de Jesús –el presidente hace repetidas referencias a las mismas– y la actual jefa de Gobierno capitalino nos puede salir con que es una testigo de Jehová metida a la política para lograr salvar las almas descarriadas y construir el reino de Dios en esta bendita tierra que es México.
Los bandazos de la señora Sheinbaum para ser la corcholata preferida del presidente no han sido cualquier cosa. Ha tratado de mimetizarse con su líder, con resultados nulos. Es la primera en apuntarse para que todos vean que es la puntera en obediencia al amado señor. Como buena noña es la típica que pregunta: “¿No va a revisar la tarea, profesor?”. Todo parece indicar que fue buena estudiante. Es una científica competente que ahora se ha convertido en una corcholata, un objeto de la diversión del presidente que a ella y a otros dos los ha puesto a competir para ver a quién pone de candidato. Un juego un poco cruel, pero que es parte de la vida política nacional y que doña Claudia juega con gusto.
La prisa por ganar los favores del jefe la llevan a cometer dislates como el del tuit en el que saca una foto de un parque en Xochimilco advirtiendo que “no, no es Suiza…”, como si alguien lo hubiera confundido o como si los habitantes de Xochimilco al caminar por el parque pensaran, “caray, qué bonito está todo esto, hasta parece Suiza, seguramente yo soy Heidi y allá encontraré una fábrica de cucús”. O como si los habitantes de Suiza se conmovieran ante un paisaje propio y comentaran, “de veras esto me recuerda a Xochimilco. Qué lindo está todo por allá, pero me tocó vivir aquí, ni hablar”. Y eso que esto apenas comienza.
No sabemos qué religión profesa Claudia Sheinbaum, pero sí cual le conviene aparentar que tiene. Será interesante saber qué hacen las otras corcholatas al respecto, porque en cualquier momento veremos a Marcelo Ebrard vestido como san José y Adán Augusto se sentirá Moisés bajando del cerro con los mandamientos de su “Señor”.
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