Los empresarios y la sociedad

Los empresarios organizados sí deben mejorar esa comunicación con el mexicano de a pie que es el que importa los escuche; porque el titular del Ejecutivo hace mucho que ensordeció con su propio discurso monótono y sin rumbo.



Es común leer o escuchar que se alce la voz en contra de los empresarios y de los organismos empresariales cuestionándoles en dónde están cuando se habla de la situación política y de quien hoy encabeza el Poder Ejecutivo. El empresariado mexicano lejos de ofenderse con ese reclamo debe sentirse orgulloso de ocupar en el imaginario colectivo este relevante lugar que les otorga preminencia como líderes para impulsar un mejor futuro en el país.

Sin duda, durante el impacto de políticos, como en su momento fueron Manuel Clouthier o el mismo Vicente Fox, quienes antes de entrar en la arena política se formaron y foguearon en organismos empresariales. En ese mismo sentido, organizaciones empresariales como Coparmex, el CCE, Canacintra y otras muchísimas más a nivel local y nacional han sido voces articuladas durante muchas décadas.

Es innegable que en el griterío desaforado, descalificador y constante de cada mañana —que se vende como acciones de gobierno— resulta fácil que esas voces no hayan tenido la contundencia ni el tono que muchos desean; al parecer su mensaje se diluye cuando plantean algo que difiere de la agenda mañanera. También es común que se les reclame que sólo alzan la voz si se afecta sus intereses económicos; este reclamo, curiosamente, hermana al titular del Ejecutivo con algunos que se ponen la etiqueta de opositores.

En ese sentido, cabe primero centrar la reflexión sobre quién es un empresario. Nuevamente en el imaginario colectivo domina la figura de un hombre (¡pocas veces se habla de empresarias!) con una enorme fortuna (¡generalmente heredada de generaciones atrás!) que ocupa el puesto más alto en una corporación que explota con salarios bajos (¡siempre pagará menos de lo que vale el trabajo y siempre exigirá más de lo que paga!) a cientos y cientos de empleados que le generen toneladas de dinero con las que se da una vida de lujo sin límite.

El número de empresarios que se ajustarían estrictamente a esa definición cumpliendo cada una de las características enumeradas tal vez se puedan contar con una mano. Lo cierto es que la mayor parte de quienes sí se ven a sí mismos como empresarios ni cuentan con una fortuna heredada que los respalde; encabezan medidas y pequeñas empresas; el margen de ganancia, si existe, es bastante estrecho pues se va entre las materias primas, los impuestos, los pagos de prestaciones, y definitivamente, en el esfuerzo por pagar salarios competitivos. Este último es uno de los principales dolores de cabeza —y a veces incluso los llevan a limitar los ingresos para sus propias familias— de una enorme mayoría.

Y esto es válido para aquellos que sí se ven a sí mismos como empresarios, pero también para los millones que no se han dado cuenta de que lo son. La definición más simple de empresario es aquel que con sus medios emprende y por tanto sus ingresos no dependen de un sueldo que le paga otro. En esos términos, son empresarios los que tienen un puesto en el mercado; los dueños de una tlapalería de barrio, quien regentea una fonda y quien vende muñecas de tela aunque lo haga a una escala muy pequeña, por señalar ejemplos de los cientos que hay.

Extender esta conciencia de que los empresarios y empresarias en el país son muchísimos más de los que se piensa es un primer avance. Este primer paso es indispensable para valorar por sí misma su amplísima contribución al funcionamiento del país. En segundo lugar, para motivarlos a que descubran formas más conscientes y más comprometidas de concebir su actividad diaria siendo conscientes de su contribución al Bien Común. Finalmente, es también un paso necesario para invitarlos a considerar unirse con otros empresarios en los organismos ya existentes porque la unión siempre hace la fuerza.

Evidentemente, los empresarios no son los únicos responsables de impulsar a la sociedad para integrarse en una dinámica más participativa en lo social y en lo político, todos los ciudadanos sin importar el origen de sus ingresos lo son. No obstante, las asociaciones empresariales ya existentes sí tiene un “know how” que han aterrizado en iniciativas concretas. Una de tantas es el Modelo de Desarrollo Inclusivo (MDI) que Coparmex busca poner el foco a los millones de mexicanos que ya estaban o han sido arrojados a las dolorosas estadísticas de vivir con ingresos por debajo de la línea de pobreza (53%), especialmente los que se encuentran en la pobreza extrema (10%); señalando que antes que estadísticas, son compatriotas que merecen mejores oportunidades.

Este tipo de iniciativas no sólo son significativas porque muestran el liderazgo empresarial o de los resultados puntuales que es deseable que obtengan, sino que se mueven en la dirección correcta —o la que se vislumbra para combatir las altas cifras de abstencionismo— que es adelantarse a las propuestas de los políticos y aspirantes a candidaturas apuntando a los problemas medulares del país con soluciones articuladas y aterrizadas.

Así, si algo se puede reclamar a los empresarios no es su supuesta indiferencia o inactividad, sino el no haber logrado que la sociedad les reconozca lo que sí están haciendo y que va más allá de quejarse o de resistir el impulso destructor de este gobierno. Es necesario que logren ese acercamiento con el grueso de la población para establecer las sinergias necesarias, más que para 2024; para impulsar cambios desde ya. Los empresarios organizados sí deben mejorar esa comunicación con el mexicano de a pie que es el que importa los escuche; porque el titular del Ejecutivo hace mucho que ensordeció con su propio discurso monótono y sin rumbo.

 

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