Con la imaginación de unos, el esfuerzo de otros y el silencio y la pasividad de la mayoría, hemos diseñado un mundo donde prevalece el poder.
“Imagina que no hay cielo, es fácil si lo intentas. Sin infierno bajo nosotros, encima de nosotros, solo el cielo”. Así comienza “Imagina”, la canción de John Lennon que fuera un gran éxito en 1971 y que, actualmente sigue considerándose una de las canciones más famosas de todos los tiempos. Su melodía suave y serena, así como su letra al parecer simple e ingenua; logró escapar a las tímidas criticas iniciales, logrando convertirse en uno de los himnos a la fraternidad universal. Sin embargo, bajo esa melodía melosa y esas sencillas palabras que en realidad están llenas de sinsentidos; se esconde la eterna tentación del hombre que, en su soberbia, cree en el poder de la humanidad para construir, por su sólo esfuerzo, el Jardín del Edén. Y así, al ritmo de suaves y pegadizas melodías, al regazo de las nuevas modas, al influjo de series y películas y al ficticio resplandor de las nuevas ideologías, nos atrevimos a imaginar…
E imaginamos un mundo sin infierno y sin cielo. Un mundo que dejó de diferenciar el bien del mal y acabó difundiendo el vicio y castigando la virtud. No es casual que en la gran mayoría de los colegios en occidente se hayan retirado los crucifijos, se haya prohibido la oración y se haga escarnio de la santa doctrina; mientras los planes de estudio cubren la “enseñanza” de todo tipo de conductas sexuales exponiendo a los niños, desde la más tierna edad, a espectáculos obscenos y procaces dirigidos a destruir su inocencia y matar su pureza. Un mundo donde en nombre de la libertad de expresión se permitió la difusión de las más perniciosas ideas, de los actos más amorales y hasta de la blasfemia y el sacrilegio (siempre y cuando sea contra el cristianismo). Paradójicamente, quienes se autodenominan liberales, progresistas e instruidos son las mismas personas que promueven un férreo control de la información para evitar que corran las “falsedades”, al tiempo que sostienen que la vida no empieza desde la concepción y que un varón puede embarazarse.
Imaginamos un mundo sin países ni fronteras, un mundo global que se decanta por lo extraño, lo lejano y todo aquello que es ajeno a su civilización. Un mundo que se apresura a recibir al inmigrante no por caridad y ni siquiera por compasión, sino movido por el odio a la patria, a la tradición, a la propia cultura y hasta a la propia identidad. Por ello, la calurosa bienvenida al forastero pronto se torna en brutal indiferencia. Como el inquisidor de Dostoievski, nuestra sociedad que, ama a la humanidad en general, aborrece a su prójimo. Sí, parafraseando a Chesterton, la sociedad cristiana alentaba a amar tanto al prójimo como al enemigo, muchas veces encarnados en la misma persona; nuestro mundo descreído promueve la traición, aún al interior de las familias, y para ello cuenta con avanzadas leyes que permiten al esposo repudiar a la esposa y la esposa al esposo por cualquier motivo o sin motivo alguno. Además, las legislaciones actuales, permiten que el hombre y la mujer se utilicen (siempre y cuando sea de mutuo acuerdo) al grado que, las relaciones están marcadas por la promiscuidad y la brevedad. Y en el caso de que el íntimo y a la vez superficial abrazo (muy a pesar de la pareja) sea fecundo; nuestro impío mundo ofrece como solución la condena de muerte al “inesperado” hijo; despedazando cruel y violentamente los lazos de unión más naturales y sagrados. Un mundo donde los gobernantes alzan sus amenazadoras voces para recordarnos que los hijos (esos que no lograron matar) no son de los padres y, no contentos con decidir los contenidos educativos con los cuales los indoctrinarán; deciden, con alevosía y ventaja, si nuestros menores pueden abortan, recibir un tratamiento hormonal o pasar por algún procedimiento quirúrgico para la llamada reasignación de género sin el consentimiento de los padres rompiendo así el vínculo de confianza y lealtad familiar.
Imaginamos un mundo sin religión mas como nos recuerda Chesterton: “Cuando el hombre deja de creer en Dios, no es que no crea ya en nada, sino que cree en cualquier cosa.” Así, hemos creado una religión donde el hombre suplanta a Dios, el egoísmo al amor y las leyes arbitrarias del estado a la revelación. No satisfechos con esto, hemos adoptado el credo del ecologismo que, en su desprecio y desconocimiento por la naturaleza, ha logrado romper el equilibrio entre ésta y el hombre; quien en su selva de asfalto idolatra una naturaleza que en realidad le es completamente extraña. El credo ecologista falso y puritano sataniza los sencillos e inocentes placeres tales como; comer un buen filete, fumarse un cigarrillo, ir de caza y hasta ejercer el noble oficio de la ganadería mientras promueve la despenalización y el uso de la mariguana alegando sus “múltiples beneficios”. Además, la falta de sentido de trascendencia ha cobrado factura en la sociedad, por lo que la ansiedad, la depresión y la angustia son cada vez más frecuentes, así como los medicamentos contra éstos y otros trastornos, al grado de llegar a medicar a los niños demasiado inquietos, esos con alma de aventureros a quienes nuestra libérrima sociedad ha cortado las alas por no ajustarse a los parámetros establecidos.
Imagina un mundo donde las virtudes, parafraseando a Chesterton, no sólo se han vuelto locas, sino que han sido deformadas y se enfrentan a su propia madre, llamando bien al mal y mal al bien. Por ello, en algunos lugares, se castiga hasta con penas de cárcel la destrucción de huevos de águilas o tortugas mientras se promueve, apoya y hasta se paga el asesinato de los niños en el vientre materno hasta poco antes de nacer. Por ello, aun cuando impera la licencia y el libertinaje en la sociedad, los gobiernos poseen la potestad de, ante una situación “critica”, prohibir a la población salir a la calle a la vez que ordenan el cierre de negocios, escuelas y hasta iglesias, imponen tratamientos y hasta determinan arbitrariamente lo que es verdadero y lo que es falso desoyendo a varios profesionales sumamente calificados.
Imagina que todo es subjetivo y que nuestros anhelos y caprichos “definen” la realidad, a tal grado que un hombre puede ser una mujer y una mujer un hombre sólo por el hecho de desearlo. Imagina que nada es verdad ni mentira. Nada es cierto o falso. Nada, hasta que tus certezas, principios y valores osen contrariar la ideología del sistema imperante. Entonces, tendrás que imaginar que no importa y te quedarás callado, pues de lo contrario, conocerás la guerra incruenta de los pacifistas. Esa contienda sin tregua basada en la descalificación, en la cancelación y hasta en la muerte social y profesional. En dicha batalla no perderás la vida, pero si la estima, el honor y hasta la posibilidad de tener un trabajo digno que te permita llevar el pan a tu mesa. Imagina un mundo donde reina el egoísmo y la desesperanza al grado que, muchos jóvenes prefieren tener mascotas a hijos. Un mundo en el cual, como profetizo San Antonio El Grande: “Los hombres se han vuelto locos, y cuando ven a alguien que no está loco, lo atacan diciendo: estás loco; no eres como nosotros”.
Y es que, con la imaginación de unos, el esfuerzo de otros y el silencio y la pasividad de la mayoría; hemos diseñado un mundo donde prevalece el poder, pero hay ausencia de autoridad, donde la ley no se basa en la legitimidad y donde el libertinaje es el sustituto de la libertad perdida. Creímos poder cambiar el mundo a golpe de buenos sentimientos, suaves melodías, modas innovadoras e ideologías progresistas. Y tenemos como resultado un mundo que niega la verdad, que destruye la belleza y menosprecia el bien. Olvidamos que, sin Dios; el hombre, aun teniendo las mejores intenciones, acaba siempre precipitándose en el abismo.
Los cambios, para bien y para mal, son siempre obra de un puñado de hombres. Dejemos de imaginar y dispongámonos a luchar por recuperar todo lo que hemos perdido, de manera especialmente acelerada, en las últimas décadas y recordemos que, como afirmó el Padre Leonardo Castellani: “Dios no nos pide que venzamos, sino que no nos dejemos vencer”.
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