Todo está degradado, incluida la calificación internacional del nivel de seguridad para volar a la CDMX, mientras el presidente anda feliz de la vida en su jardín de la ilusión.
Lo que ha sucedido con los vuelos a la Ciudad de México es uno más de los resultados de la transformación emprendida por el presidente López Obrador. Es decir, una piedra menos en la destrucción del edificio que funcionaba, un paso más hacia el abismo, un acelerón en ese viaje a la degradación generalizada que ha sido este gobierno.
Si la discusión pública ha llegado a niveles bajísimos, dirigida desde Palacio Nacional, si el insulto es la moneda corriente en la política, si la agresión es parte de nuestra política exterior y si el trabajo gubernamental ha decaído a niveles que no habíamos visto en décadas, si se canceló un aeropuerto cuya obra ya estaba avanzada nada más porque el presidente quiso y se hizo otro sin mayores argumentos que el anterior, ¿qué querían que pasara con los aviones, con los vuelos a México? Pues son un desastre.
El problema estriba en que hablamos, en este caso, de que lo que se va a perder de manera irremediable son vidas humanas. Es estar jugando con ellas de la manera más irresponsable. Pero bueno, a este gobierno le asustan los muertos del crimen organizado, los civiles les importan cacahuates. Para muestra, tanto Sheinbaum como López Obrador, en el caso de la Línea 12 del Metro en la CDMX, han sido un ejemplo de indolencia pavoroso.
El viaje a la degradación por el que nos lleva el presidente incluye, por supuesto, la mentira abierta. El presidente ha perdido las formas, siquiera un poco de decoro. Ayer decía que todo lo de los aviones era puro cuento de sus adversarios y la “prensa conservadora”. Lo cierto es que, en otro lado, se habían reunido el titular de Gobernación, jefes militares y funcionarios junto con empresas de aviación para abordar el gigantesco problema y sus peligros. Las mentiras están mal, las reuniones están bien. Lo que llama la atención es que el de las mentiras sea el presidente.
Para López Obrador mentir es una cosa cotidiana. Es muy probable que se crea sus propias mentiras que, ante la realidad, han conformado la Disneylandia de la transformación: un mundo de fantasía en el que el presidente es feliz porque todo funciona con base en sus ilusiones; los personajes que la habitan son toda eficiencia y entrega al pueblo de México. Así, mientras Veracruz se cae a pedazos gracias a la ineptitud de campeonato del gobernador Cuitláhuac García y la violencia está desatada contra ciudadanos y periodistas, el presidente ve en el inútil García un gran gobernador. El presidente dice que no pasa nada en el aeropuerto y toda la información disponible es que las posibilidades de accidentes fatales han sido un escándalo internacional. Pero así es el líder del no pasa nada. Mientras tenga popularidad, la fábrica de fantasía estará trabajando.
En su parque temático de la ilusión, el presidente cuenta feliz los muertos de Calderón mientras él ya lleva más muertos; en su fantasía, el presidente acabó con “un monumento a la corrupción” que era el nuevo aeropuerto, lo suplió con una obra cuyo mérito fue no ser un gran aeropuerto, sino acabar la construcción en tiempo récord… ¿Y los aviones? Pues a punto de chocar. ¿Qué podría salir mal?
Todo está degradado, incluida la calificación internacional del nivel de seguridad para volar a la CDMX, mientras el presidente anda feliz de la vida en su jardín de la ilusión. Esto, por supuesto, no tiene nada que ver con la popularidad que tiene el presidente. Es simplemente señalar que anda volando bajo y eso puede resultar fatal, si no para él, para otros muchos –cosas que no aparecen en las encuestas–.
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