Se nos olvida que la violencia no es solo física: puede ser emocional, psicológica, racial, económica, cultural y de muchos otros tipos.
Hace muchos años, en mi pueblo, a un niño de 7 años le pusieron anteojos. El niño veía bastante mal el pizarrón y la profesora les pidió a los papás que lo llevaran al médico. En cuanto el niño llegó con sus lentes a la escuela, el acoso (lo que ahora le llaman bullying) empezó de inmediato. Lo menos que le decían era “cuatro ojos” o “cegato” y muchas otras cosas más. Le escondían los anteojos y hacían que corriera detrás de alguno para recuperarlos y después le aventaban los lentes a otro. Hasta que un día el niño no soporto más y le dio un golpe a uno de sus acosadores. Con tanta suerte que le sacó sangre de la nariz.
Los acosadores fueron de inmediato a la enfermería y con la maestra a acusar al golpeador. La maestra, debidamente escandalizada, mandó al niño con la directora. Una mujer recia, que era famosa porque en su oficina tenía una regla metálica forrada de cuero, con la cual golpeaba las puntas de los dedos de los niños y les daba nalgadas. Castigo que recibió el delincuente a sus 7 años. Pero el asunto no terminó ahí: al terminar las clases el niño fue enviado de nuevo a la dirección donde estuvo hasta que vino a rescatarlo su mamá, a quién se le informó debidamente del crimen del niño y se le exigió que tomara medidas. Y la mamá, como era de esperarse, regañó y castigó al niño.
El asunto, por supuesto, no paró ahí. Los acosadores se sintieron validados por la actitud de las maestras y de la directora; el acoso subió de tono. Hasta el punto donde el niño, desesperado, volvía a lanzar su famoso gancho de derecha contra la nariz de alguno de sus agresores. Y el evento se repetía: acusación con la maestra, envío con la directora, castigo físico, acusación con la madre y posteriormente en siguientes eventos el avergonzar en público al niño delante de toda la escuela.
Ese niño fui yo. La primaria y la secundaria fueron una tortura. De repente nos agrupábamos algunos “cuatro ojos” para apoyarnos unos a otros, pero siempre éramos minoría. Con el tiempo el niño que fui se volvió tímido, cobarde, evitaba la confrontación. Lo cual sólo les daba nuevas fuerzas a los acosadores.
Hasta que en tercero de Secundaria entré a un deporte que ahora es olímpico: el Judo. Tuve la suerte de tener un excelente maestro que no sólo me enseñó las técnicas de ese arte, sino que me enseñó a controlar la ira y me ayudó a recuperar la confianza en mí mismo. Curiosamente, una vez que tuve esa clase de habilidades casi nunca las usé fuera del gimnasio o en las competencias. Solamente el hecho de que mostraba confianza en mí mismo y que no tuviera miedo de mis agresores era suficiente para evitar la confrontación. Dios bendiga a mi maestro.
Muchos años después, me toca presenciar un evento similar. En la entrega de los Premios Óscar, un acosador ridiculiza a una hermosa dama, Jada Pinkett, quien padece alopecia como resultado de una enfermedad. Al público le pareció muy gracioso el asunto y lo festejaron cumplidamente. Mientras que la televisión mostraba la cara de pena, vergüenza y tristeza de esta mujer, su marido, Will Smith, no supo contener su ira, subió al escenario y le dio una cachetada a quién ofendió a su mujer en público. Por supuesto, el mundo se le vino encima al de la bofetada. Pidió perdón en público, ha renunciado a su puesto en la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas y todavía no se sabe exactamente qué castigo se le dará.
Hizo mal Will Smith. Debió haber controlado su ira; seguramente podría haber tenido una respuesta más apropiada y se hubiera evitado el desaguisado. Pero mucho más mal hizo el pretendido “cómico” al poner en ridículo a esta dama. Y todavía más el público, personas que presumen de ser parte de la estructura de cultura del primer país en términos de cinematografía. Porque si ellos hubieran reaccionado abucheando al acosador, éste no se hubiera vuelto a atrever a ridiculizar a una persona en público con tal de ganar algunas carcajadas. Y qué vergüenza para la Academia si solo castiga a Will Smith y no a Chris Rock.
Desgraciadamente en todas las culturas, y la nuestra no es la excepción, no nos parece importante la violencia a no ser que haga salir la sangre. Estamos tan inmersos en un clima de violencia extrema, qué otros tipos de violencia nos parecen poco importantes e incluso graciosos. Como lo demuestran tantos cómicos que hacen reír a la gente, no porque sean muy ingeniosos, sino a costa de los demás.
Hemos perdido el concepto de lo que es violencia. Los terapeutas familiares han creado un dispositivo llamado el “violentómetro”, que tiene una escala con diferentes niveles de violencia. En el primer tercio de este instrumento aparecen las burlas, ridiculizar al otro, reírse de su físico y más. Pero eso es sólo un primer paso: una vez acostumbrados a ese tipo de violencia, se progresa a los golpes y a los asesinatos.
Se nos olvida que la violencia no es solo física: puede ser emocional, psicológica, racial, económica, cultural y de muchos otros tipos. Y que muchas veces las secuelas de estos tipos de violencia, aparentemente menos importantes, pueden tener un efecto bastante duradero.
Leí a un moralista que decía que, con toda seguridad, Will Smith tiene el corazón podrido. No me atrevería a decirlo. Pero no tengo la menor duda de que el público que se rio de la burla que le hacían a su esposa tiene el corazón por lo menos tan podrido, si no es que más, que este artista. Por no decir cómo lo debe de tener Chris Rock, el que a cambio de unas carcajadas se permite burlarse de los demás. Y no lo sé, pero me parece que también debe haber moralistas con el corazón bastante podrido.
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