Es un hecho que en otras culturas sí se dan mecanismos donde no sólo se reconoce sino se premia la iniciativa.
¿Existe tal cosa como un derecho a tomar la iniciativa? ¿Será que podríamos pensar que es una capacidad, una posibilidad de decisión? Muchas veces escuchamos la queja: “las personas no se comprometen, no toman la iniciativa, no promueven soluciones”. Y, sin duda, eso ocurre. Vale la pena cuestionarnos por qué existe esta situación. ¿Será que no somos capaces o será que se nos ha atrofiado esa capacidad de tomar la iniciativa, que parecería inherente al ser humano?
Atrofiada, ¿por quién? ¿Acaso por quienes han tomado el poder y no quieren compartirlo, como decían los anarquistas clásicos? ¿Será que, mientras algunos se benefician enormemente de tratar como niños a la mayoría de la población, otros han encontrado muy cómodo el papel de dejar las decisiones a algunos pocos?
En esta época con el mayor nivel de educación en toda la historia, nos encontramos con dificultades para que la gente decida. O tal vez sí hay iniciativas, pero son ahogadas por quienes asumen la exclusividad de las decisiones: Gobiernos, algunas Empresas, algunos clérigos, Escuelas, Organizaciones privadas. ¿Por qué no se da esta capacidad de tomar iniciativa? ¿Por qué no se le da este derecho a la sociedad? ¿Se trata de un problema de actitud de parte de quienes deberían tomar esa iniciativa? ¿O se trata de desconfianza, miedo al error, maltrato a los subordinados tratados como inferiores, a quienes no se tratan como adultos?
“Una iniciativa es buena si coincide con mis ideas”, piensan algunos: “Si no coincide con mi manera de pensar, entonces no se trata de una buena iniciativa”. Al poco tiempo de ser tratados de esta manera, la gente deja de proponer, sea porque se convence de que no tiene esa capacidad o porque tiene la certeza de que no se le dará la oportunidad.
Un gran problema para la democracia, pero también para muchas organizaciones del Estado y de la Sociedad. ¿Se trata acaso de un tema cultural? Posiblemente. Encontramos esta situación con mucha frecuencia en los países de cultura latina, que de alguna manera han asumido los modos de dirigir de los césares, quiénes eran en muchos aspectos verdaderos tiranos. Es un hecho que en otras culturas sí se dan mecanismos donde, no sólo se reconoce sino se premia la iniciativa. Un buen ejemplo es en los países orientales, sobre todo en Japón, donde se dan los famosos círculos de calidad o grupos de mejora continua, donde se consulta al obrero de línea cuáles son las mejoras para su proceso y donde se les anima a participar ampliamente.
Mientras en otras culturas se busca cómo empoderar a la sociedad, a los tradicionalmente marginados de las iniciativas como mujeres, pobres, personas de razas discriminadas y un largo etcétera, en nuestro país se busca dar la exclusividad de la iniciativa al Estado y dejar a la sociedad atenida a la buena voluntad de los gobernantes. Y no solo a la del Estado: también a quienes dirigen los diferentes grupos sociales. Esta situación nos exige un cambio de cultura, un cambio en el liderazgo. Nos pide ampliar la capacidad de delegación de los directivos en todos los niveles y también la construcción de confianza en la sociedad. Porque, finalmente, se trata de un tema de miedo. Miedo del que no toma decisiones por temor a fallar o a ganarse la mal voluntad de quien se considera el único apto para decidir. O temor de quien monopoliza las decisiones el cual teme que, si otros toman la iniciativa, será visible que ya no es necesario.
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