La guerra contra Cristo y su Iglesia en México ha sido prácticamente una constante en su trágica historia como país independiente.
En la Guerra Cristera, el pueblo mexicano más devoto se levantó contra el poderoso gobierno que buscó destruir a la Iglesia católica.
El 2 de marzo se podrá ver, en varias plataformas aún por confirmar, la película: “Mirando al cielo”, sobre la vida de José Sánchez del Río, niño mártir de la Guerra Cristera.
La cristiada, guerra civil que se desarrolló de 1926 a 1929, es el más glorioso alzamiento que ha tenido lugar en suelo mexicano. En ella, el pueblo más piadoso y valiente, cual caballero lanza en ristre, se levantó contra el poderoso y perverso régimen; dispuesto a dar su vida por defender, la santa iglesia que, la perversidad y el odio de un gobierno al servicio de las logias masónicas, se había empeñado en destruir. Los recursos de los cristeros eran escasos, su número menor, sus posibilidades mínimas. Sin embargo, sabían bien que no hay poder, por poderoso que sea, capaz de derrocar la verdad. Aquellos hombres confiaron en la promesa de Cristo y aunque muchos perdieron la vida, ganaron la eterna corona de gloria.
Su gesta, poco conocida aún en México, sigue molestando a los enemigos de la iglesia e incomodando a nuestra tibia sociedad. Es por ello, y no por descuido, que se sabe poco y se habla menos de este notable episodio que varias veces se ha intentado condenar al olvido.
El pueblo mexicano, que heredara de España su devoción y fidelidad a la santa religión, ha sido atacado sin tregua y con saña, desde hace siglos; por un enemigo que, no sólo se ha atrevido a apoderarse de nuestro suelo, sino que poco a poco se ha ido apoderando de las almas de la nación que naciera a la luz de la Cruz Redentora y bajo la amorosa protección de la Virgen de Guadalupe. Desafortunadamente, muchos mexicanos hemos visto, con los brazos cruzados, cómo el mismo gobierno, con diferente nombre, nos ha ido arrebatando la fe, en ocasiones con la ley en la mano, en otras a punta de fusil, cuando no con ambas. La feroz guerra contra la iglesia en México que, ha buscado desterrar el Nombre de Dios en nuestra patria, no comenzó en la época cristera ni terminó con esta.
De hecho, la guerra contra Cristo y su Iglesia en México ha sido prácticamente una constante en su trágica historia como país independiente.
En 1821 México se separa de España y bajo Agustín de Iturbide se constituye en un Imperio Católico. Sin embargo, un par de años más tarde, el emperador es traicionado y fusilado. Se forma un nuevo gobierno republicano el cual mantiene, en la Constitución de 1824, la religión católica como la religión de estado. Sin embargo, sólo tres décadas más tarde, en 1854, estalla la revolución de Ayutla que pondría en el poder un gobierno formado mayoritariamente por masones y anticlericales quienes a través de la nueva Constitución de 1857 atacan directamente los derechos de propiedad y posesiones que tenía la Iglesia desde tiempos de la Corona.
En 1858, llega a la presidencia Benito Juárez, quien persiguió con gran perfidia a la iglesia a quien debía, entre otras cosas, su excelente educación. En julio de 1859 expide las siguientes leyes:
Ley sobre la Nacionalización de los Bienes Eclesiásticos, a través de la cual despojó a la iglesia de sus bienes y propiedades.
Ley Orgánica de Registro Civil a través de la cual el registro de los nacimientos y defunciones queda en manos del Estado.
Ley de Matrimonio Civil que establece como único válido el matrimonio civil, dejando el matrimonio religioso sin validez oficial alguna.
Además, ordena la secularización de cementerios, hospitales y establecimientos de beneficencia; extingue los claustros y los conventos y elimina varias fiestas religiosas, prohibiendo, asimismo, la asistencia oficial a las ceremonias religiosas.
Juárez, alevosamente, expide en 1860, la Ley de Libertad de Culto, a través de la cual impulsó la entrada, el establecimiento y el crecimiento de la iglesia protestante en México; mientras que en 1861, exilia al delegado apostólico Luis Clementi, al arzobispo José Lázaro de la Garza y Ballesteros y a los obispos Pedro Espinosa y Dávalos y Pedro Barajas y Moreno.
Es debido a estas acciones que polarizaron a la sociedad, que da comienzo una lucha abierta entre liberales y católicos. Estos últimos, logran restaurar el imperio mexicano bajo Maximiliano de Habsburgo en 1864, lo cual fue en realidad una victoria pírrica ya que Maximiliano, siendo él mismo liberal, no abolió las leyes anticlericales de Juárez. Además, el emperador es condenado a muerte por las fuerzas liberales, apoyadas por los Estados Unidos, cuando apenas llevaba tres años en el gobierno.
En 1868, Juárez se reinstala en el gobierno aplicando, con todo rigor, las anticlericales leyes de reforma. Después de esto, el país se vio sumido en una serie de gobiernos anticlericales. Y si bien, muchos consideran la presidencia de Porfirio Díaz, de 1876 a 1911 (con una pausa de 1880 a 1884) menos anticlerical; la realidad es que, aun cuando el combate a la iglesia en esa época no fue frontal, continúo, de manera sutil más no menos devastadora, tras la máscara del progreso. No se debe olvidar que, fue durante el Porfiriato que se sentaron las bases de la educación pública y laica, respaldada por los liberales, mientras que los colegios y las universidades fueron invadidos por la filosofía positivista.
La Revolución Mexicana de 1910, con Venustiano Carranza a la cabeza, hace patente el odio de los políticos hacia la iglesia católica. El liberalismo jacobino y masón que marca la dirección del nuevo gobierno, recibió además, abundantes recursos económicos por parte de la masonería americana; a condición de introducir, más sectas protestantes en el país, dividiendo con ello aún más al pueblo mexicano.
En 1917 se redacta una nueva Constitución. Dicha Constitución, en el artículo 3°, prohíbe a la Iglesia intervenir en la tarea educativa; en el 5°, suprime la existencia de las órdenes religiosas; en el artículo 24, veta todo acto religioso fuera de los lugares de culto; en el 27, despoja a la Iglesia del derecho de poseer y/o administrar bienes y en el artículo 130, priva a la Iglesia de personalidad jurídica sometiéndola a la autoridad civil.
Con estas leyes la persecución religiosa cobró un nuevo vigor, tanto que en algunos lugares se llevaron a cabo la quema de estatuas de santos, así como de confesionarios.
La guerra no cesa entre las diferentes fracciones revolucionarias y cuando Carranza es asesinado, en 1920, ocupa la presidencia, de 1920 a 1924, Álvaro Obregón, cuyo gobierno, que escarneció aún más al pueblo católico, analizaremos en la siguiente entrega.
Como vemos, la lucha en contra del cristianismo se inicia en México a través de leyes civiles impuestas por gobiernos abiertamente anticlericales y que, en su momento, fueron recibidas con oposición por el pueblo cristiano. Sin embargo, estas leyes nos parecen hoy de lo más normales, apropiadas y hasta convenientes debido a que, el veneno del pensamiento liberal que, ha infestado a nuestra sociedad desde hace décadas, nos ha empujado a olvidar y hasta desdeñar las tradicionales enseñanzas cristianas, para abrazar de buena gana el llamado progreso.
De la unidad en la santa religión que, vinculaba al pueblo en la verdad y lo arraigaba en la tradición; pasamos a la proliferación de sectas que, dividiéndose y dividiendo, han metido la discordia que conlleva el error en los pueblos y aún dentro de las familias.
Del matrimonio eclesiástico sacramental, pasamos al matrimonio como un simple contrato civil, de ahí al divorcio, que ya es exprés, sin culpa y sin oposición de la sociedad. Actualmente el llamado matrimonio homosexual es reconocido en gran parte de occidente.
De las aulas religiosas que formaban al hombre cristiano y cabal; pasamos a una escuela pública que, en nombre de la ciencia y el progreso, fue extinguiendo la fe religiosa y que actualmente, indoctrina al niño en el odio a su historia, a su cultura y hasta a sí mismo.
Así sucesivamente, con la ley por fusil, el liberalismo ha ido destruyendo, poco a poco, sin prisa, pero sin pausa los cimientos del cristianismo. Hoy, la descomposición de nuestra sociedad es patente. Los aires frescos de primavera tan prometidos por el modernismo han acabado en gélidos y sinestros vientos invernales, imposibles de ignorar, aún dentro del cuerpo de la misma Iglesia.
Cristo prometió que las puertas del infierno no prevalecerán contra Su Iglesia. A pesar de las terribles tempestades, de las temibles tormentas y aún del sabotaje de algunos de sus tripulantes, La Barca de Pedro permanece a flote; una, santa, católica y apostólica. Esta es nuestra fe y nuestra esperanza.
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