“Queda el niño desnudo, entre el buey y el asno, aquel que acabará en una cruz, aquel a quien el mismo Dios, quizás, abandonará al final…”: André Comte-Sponville.
Por ser el día de la cena navideña dejaremos a un lado nuestra vida pública, tan llena de anécdotas y disparates, para no cargar más los ánimos en días en los que se supone todo es abrazo y felicidad. Así que repetiré unas reflexiones que ya he puesto en este espacio respecto de la época decembrina. Estas fechas no son del todo parejas, hay quienes las disfrutan y a quienes les causan desazón, tristeza ineludible, nostalgia de mejores tiempos o de amores idos. Las cenas, las posadas, los falsos abrazos, los arbolitos, las luces, los malditos intercambios, el puto pavo que no deja uno de comer hasta ya entrado enero, y la tortura de los villancicos son ingredientes inevitables de lo que llamamos Navidad, pero, de vez en cuando, hay que dar un paso más y buscar alguna reflexión propia de estos tiempos.
El filósofo y pensador francés André Comte-Sponville dice en uno de sus artículos relativos a estas fechas: “¡Me horrorizan la Navidad, el Año Nuevo y todo ese ceremonial de las fiestas! Esos festejos a fecha fija tienen algo de exasperante y de angustioso, todo a la vez” (El placer de vivir, editorial Paidós). Es probable que Sponville se refiera a la exasperación causada por la friolera comercial que avasalla en estos días con todo. No hay nada que detenga la publicidad de la felicidad impuesta a través de un regalo. Sin embargo, la angustia que menciona y desarrolla en el texto tiene que ver con la paradoja de que se festeja a un niño nacido en la pobreza de un establo y el ambiente de lujo que se desprende para celebrarlo. Es injusto, dice el filósofo, por lo que “supone de indelicadeza o de indiferencia a aquellos a los que la miseria mantiene alejados del festín, encerrándolos, sin duda más cruelmente que nunca, en la frustración”.
En México no tenemos que ir muy lejos para encontrar esa terrible injusticia que menciona Sponville, basta dar la vuelta en una calle, frenar en un semáforo, recorrer el campo para encontrar imágenes de dolor y miseria. La justicia, el impartirla, está fuera de nuestro alcance, dice el filósofo, pero, “¿es necesario que el pudor también lo esté?”. Sponville denuncia la existencia de una ideología sobre la Navidad plagada de errores que quedan encerrados en la figura de Santa Claus, y de los que hay que liberar a los niños porque “la felicidad no es un regalo, la vida no es un cuento y Santa Claus no existe”. De hecho, sostiene, a menudo Santa Claus “es la primera mentira que les decimos a nuestros hijos”.
Sponville recuerda y se cuestiona: “Hubo una época en la que nos preguntábamos si el capitalismo era compatible con esa ética, la de los evangelios, si el cristianismo, con su pureza, no era una refutación terrible de lo que mueve a nuestras sociedades. Tiempos pasados, parece. Nos preguntamos ahora si los evangelios no son más bien refutados por el capitalismo, y si no sería ya el momento, ahora que la riqueza está desculpabilizada, como se suele decir, de olvidar esas antiguallas ingenuas y nefastas…”.
Se podrá estar de acuerdo o no con lo que dice el pensador francés, pero es indudable que más allá de lo bien que se hayan pasado estas fiestas, las reflexiones son puntuales y útiles y nos proporcionarán un momento de serenidad si tratamos de ahondar en ellas. Termino con otra cita de Sponville sobre la fecha: “Queda el niño desnudo, entre el buey y el asno, aquel que acabará en una cruz, aquel a quien el mismo Dios, quizás, abandonará al final…”.
¡Feliz Navidad para todos!
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