Las mujeres nunca producirán espermatozoides, aunque se les hagan implantes simulando testículos. Y los varones nunca producirán óvulos.
Hay reclamos por lo que se supone son derechos de las personas transgénero. Que, si han cambiado de sexo, deben tener derechos conforme a dicho nuevo sexo (como sus registros formales y nombres, para empezar). Pero hay un pequeño, más bien gran, enorme problema: hasta ahora la medicina no ha logrado cambiar a nadie de sexo. Ni se vislumbra posible en el futuro.
¿Qué ha pasado y continuará pasando? Que por medio de cirugías y tratamientos hormonales cambian en una persona ciertas características sexuales, pero dicha persona sigue teniendo el mismo sexo con el que nació, deformado, nada más. Parece ser otra persona, pero sigue siendo la misma. Para efectos legales la prueba de la presunta transexualidad debe ser incontrovertible, no aparente ni superficial.
Pero pensemos en que sí se le reconozcan derechos conforme al sexo de una persona, cuando se supone que lo ha cambiado. Y para determinar, científica e indubitablemente que hay un nuevo sexo, digamos que un hombre ahora es mujer o viceversa, propongo una forma de determinarlo, con ayuda de procedimientos científicos perfectamente dominados por la práctica médica. No bastan los cambios ofrecidos anatómicos u hormonales como pruebas.
En demandas y juicios de paternidad, se recurre a una prueba que ha demostrado ser cien por ciento confiable, la del ADN. El ADN personal existe desde que inicia la vida del ser humano en su concepción, y nunca cambia en toda la vida. Y en el ADN está bien definido el sexo de una persona, que por supuesto permanece hasta la muerte (y que hasta los cadáveres conservan características de ese sexo de la concepción). Esta prueba, la del ADN, sirve para muchos fines de análisis médicos, agreguemos uno.
Las mujeres nunca producirán espermatozoides, aunque se les hagan implantes simulando testículos. Y los varones nunca producirán óvulos. ¿Esto es tan definitorio? Sí, lo es. Hasta ahora la ciencia médica no puede hacerlo y repito, no se ve que pueda lograrlo en el futuro. Quirúrgicamente, se simulan órganos sexuales que no lo son, sólo parecen serlo. Y hay otras muchas características que diferencian el sexo de las personas, y que no son alteradas. Y no sólo las hay anatómicamente, también las hay fisiológicamente, y sobre todo eso, psicológicamente. Mucho de la mentalidad humana desde el nacimiento, va a permanecer sobre los esfuerzos (y éxitos parciales) del intento de cambio sexual.
Podemos ver hombres con caderas redondeadas y con senos como mujeres, o féminas “de pelo en pecho”, pero partes de su anatomía siguen iguales o fueron destruidas, y seguirá una lucha hormonal, la natural frente a la aplicada de por vida. Aplica el viejo principio: las apariencias engañan. Las depresiones profundas y los suicidios de quienes se han sometido a intentos de cambio de sexo dicen mucho. Y no sólo provienen de posibles rechazos sociales, sino de frustración.
Como al intentar cambiar el sexo de una persona, permanecen características del original (imposibles de eliminar) más las características que se han agregado por medios hormonales y de cirugía, se puede recurrir a lo que nunca cambiará: el ADN. Si una persona demuestra que existe o no una relación de padres a hijos por medio de la prueba de ADN, o que tiene cierta herencia genética, entonces también que quien afirme haber cambiado de sexo demuestre, precisamente con una prueba de ADN, que tiene ese nuevo sexo. Así de sencillo, y que los cambios hechos a su anatomía han logrado la buscada transexualidad. El ADN es la perfecta huella digital de cada persona.
Hay muchas pruebas sencillas para conocer el sexo de una persona, independientemente de las apariencias (si, esas que engañan). Pero hagamos algo más: demos su lugar a la prueba perfecta para lo que haya lugar, la del ADN, como del nuevo sexo real que una persona dice tener. Y que de allí parta para exigir nuevos derechos a las autoridades correspondientes, conforme a las leyes.
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