Repensar la educación

El amor al prójimo incluye cuidar el entorno que dejaremos a las siguientes generaciones. Por eso, un tema dentro de la educación debe tratar de la ecología.



Educamos a personas, a los demás los amaestramos. Las personas tienen libertad, por eso requieren educación porque esta actividad solamente se logra si la persona colabora, la acepta y pone de su parte. El amaestramiento incide en las irreflexivas respuestas al estímulo. Y cuando el estímulo o el estimulador desaparecen, el receptor también carecerá de respuestas.

Los griegos, en la antigüedad, desde sus creencias y conocimientos humanísticos, abordaron el tema de la educación. Recurso importantísimo para la promoción de cada persona. Esto no fue exclusivo de ese pueblo, los demás también educaban a sus hijos. Sin embargo, la fundamentación holística es más incisiva y profunda en los griegos. Conocían mejor al ser humano.

El cristianismo al difundirse en los pueblos vecinos de los hebreos, puso el toque de perfección al ya buen proceso educativo. Pero como muchas veces las personas nos cansamos de lo que tenemos y buscamos novedades, no siempre elegimos bien, y si algo nos deslumbra, la capacidad de elegir se aleja de la reflexión y se facilita el deterioro.

Por eso, los grandes maestros, que saben de estos peligros, periódicamente recuerdan los fundamentos y sugieren mejores prácticas educativas, acordes con las necesidades contemporáneas. Recientemente el papa Francisco ha elegido unas pautas que vienen bien para fortalecernos en aspectos que o hemos descuidado o no les habíamos dado su lugar.

Dados los fenómenos que nos han sacudido por un tiempo prolongado y para los que aún no contamos con soluciones certeras, la sensatez ha de acompañarnos para fortalecernos y estar dispuestos a sostenernos y a mejorar ya, sin esperar mejores circunstancias. El trabajo es doblemente arduo, porque hemos de combatir las heridas, si las tenemos, y recuperar el tiempo perdido.

Siempre es prudente conocer el terreno en el que nos movemos y nuestra propia disposición. Esto equivale a saber cómo estoy y cómo están los que me rodean. Esto es recuperar el adagio griego de “conócete a ti mismo”, pero también conoce las disposiciones de los demás. Además de saber cuáles son los recursos disponibles.

La verdadera educación incide en primera persona, pero también en todos los demás, incluye a todos. Los recursos se aprovecharán con respeto y justicia, esto es, sin depredar, sin degradar, sin defraudar a los colaboradores. Con una distribución justa y equitativa. Con una distribución de tareas equilibrada, fraterna, sin explotación. Así se diseña una vida más llevadera.

Conocer a los demás nos beneficia porque aprendemos a convivir con otras razas, con otras personas que nos muestran sus culturas, tal vez muy distintas a las nuestras, pero nos amplían el horizonte y aprendemos de otros modos de organización. Aumenta nuestra capacidad de adaptación y eso facilita las buenas relaciones con quienes son muy diferentes, incluso con distintas generaciones.

El aspecto anterior nos ayuda a evitar la discriminación entre hombre y mujer, entre personas de distinto estrato social, raza, profesión, religión o edad. Aspectos que en el pasado no se consideraban o se violaban, y ahora con la experiencia de nuestros antecesores, estamos más capacitados para defender los derechos de todos. También a dar voz a quienes no la han mostrado.

La densidad de población ha evidenciado la explotación y la injusta distribución de los bienes de la Tierra. Ahora tenemos más consciencia de los estragos y desequilibrios ocasionados por la desaparición de algunas especies, o por el mal uso del suelo, del aire o del agua. La naturaleza se ha empobrecido y esto reclama una vida más sobria y un trabajo humano que recupere la sustentabilidad.

El amor al prójimo incluye cuidar el entorno que dejaremos a las siguientes generaciones. Por eso, un tema dentro de la educación debe tratar de la ecología. El resultado de este aspecto compromete a cuidar la madre tierra, a evitar el desperdicio de alimentos y recursos, a compartir mejor los bienes, a disminuir la basura.

La finalidad de la educación consiste en lograr que cada persona, cuando adquiere cierta madurez, mejor sin depender tanto de la influencia de los educadores, sino en la voluntad propia de ser mejor. Asimilando todo aquello que haga referencia a los consejos de sus padres y de sus maestros, sin poner resistencia.

Si se diera el caso de la pérdida de los consejeros, buscar el modo de aprender por el propio esfuerzo. Ahora, con el acceso a la tecnología hay tutoriales variadísimos y, las explicaciones son fáciles y graduales, de modo que se pueden adquirir aprendizajes variados que amplíen los conocimientos o los datos que se reciben en la escuela.

De este modo se aprovecha el tiempo y esa buena ocupación impide perderlo curioseando páginas inconvenientes. Decidirse por lo primero y evitar lo segundo fortalece el carácter, y propicia la buena conducta en etapas posteriores.

La finalidad de la educación de la niñez y la juventud ha de perseguir la congruencia. Lograr formar personalidades virtuosas, confiables, comprometidas y congruentes, gracias a que hay armonía en sus sentimientos, y estos a la vez, influyen en sus pensamientos, y también en sus actividades. Personas así, se ganan la confianza de los demás, y generalmente les buscan como colaboradores.

La tarea de educar a una persona para que sea congruente es la obra de arte más hermosa, es posible admirar en ella la belleza de la armonía de lo que piensa, dice y hace. La armonía de alguien que es íntegro y es fiel a sus compromisos. No promete sin cumplir porque sus decisiones son libres.

 

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