Las dirigencias recientes han ido cercando la competencia, poniendo trabas absurdas hasta para ser militante. Ignoro cómo está en estos días, pero hace un par de años era más fácil entrar al Ejército que al PAN.
El Consejo Nacional del PAN se reúne el día de mañana para tomar la determinación de si lleva a cabo el proceso para elegir a su dirigente nacional o si lo cancela y da por electa a la única planilla registrada. Por supuesto, el único registrado es el señor Marko Cortés, que busca reelegirse en la dirigencia. Es un tema muy penoso para la historia de Acción Nacional por las causas que motivarán esa decisión. El PAN, en los últimos años, ha ido cerrándose a la participación tanto ciudadana como de sus militantes. Lo que durante décadas fue timbre de orgullo ahora es algo de lo que se huye. Las dirigencias recientes han ido cercando la competencia, poniendo trabas absurdas hasta para ser militante. Ignoro cómo está en estos días, pero hace un par de años era más fácil entrar al Ejército que al PAN.
Han retorcido los reglamentos para favorecer la burocracia, para hacer del puesto un objetivo y desdeñar la inteligencia y el arrojo, la capacidad y las ganas de representar un proyecto o alguna idea. De esta manera se llegó a la vergüenza que se discutirá el día de mañana: no tiene sentido hacer una elección porque no hay competidores. Esto en el partido que se jactó por más de 50 años de ser el único en practicar la democracia interna. Y no es que nadie hubiera querido participar. Adriana Dávila y Gerardo Priego intentaron hacerlo, pero les fue imposible reunir los requisitos. Ni juntos llegaban a las 27 mil firmas que se les pedían para participar. Marko Cortés entregó más de 100 mil. Como en los mejores tiempos del PRI, ganar a como dé lugar, y si se puede eliminar la competencia, mejor.
Hay varios signos de la decadencia panista; aquí algunos más:
Sin ser culpa exclusiva de las últimas dos dirigencias, el proceso de descomposición hacia adentro de ese partido es notable. El PAN, en las últimas dos décadas, tuvo dos presidentes del país. Ninguno milita ya en el partido.
De los recientes expresidentes del PAN, dos colaboran abiertamente con López Obrador; otro acaba de dejar la bancada para sumarse a un grupo minúsculo de legisladores; otro más, retirado de la política.
De los gobernadores que concluyen su mandato en estos días, dos hacen lo posible por alejarse de su partido y, si se puede, se sumarán alegres a las filas del populismo: Javier Corral, hijo de la insidia y el embuste, que hizo lo posible para que su partido no ganara las elecciones y fue a entregarse de manera abyecta al presidente López Obrador, y Francisco Domínguez, de Querétaro, que ya dijo que no le va a decir no al Presidente si lo invita a algún cargo.
En el Legislativo el asunto también es preocupante. En la Cámara de Senadores ya vimos la infame acción del coordinador panista en su reunión con la ultraderecha española en una reunión que costará mucho que se quite el propio senador y el partido. Y en el recinto de los diputados es claro que el PRI se ha burlado del PAN y se ha entregado a Morena, dejando a los blanquiazules con la ilusión de su bloque opositor para mejor ocasión, mientras tanto el coordinador de los legisladores panistas sigue hablando de sus “hermanas y hermanos del PRI”.
Como bien dicen: para la decadencia nunca hay límite. Siempre se puede llegar más bajo. En ésas está el PAN.
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