López Obrador siempre dijo que la mejor política exterior era una buena política interior. Desgraciadamente nuestra política interior es un desastre.
Chiquito, empequeñecido ante el mundo, el gobierno mexicano decidió jugar con otros enanos para mostrar su tamaño. Tiene ya varias semanas que de la Cancillería mexicana solamente salen noticias deplorables. En su afán por sobresalir, por competir con Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard ha convertido la diplomacia mexicana en un circo de números patéticos y de personajes grotescos. De nuestra embajada en España nos enteramos del escándalo que generó su protegido Enrique Márquez, en una serie de episodios vergonzosos que culminó con la salida de una diplomática profesional, el nombramiento de un priista de bajo nivel como embajador y con el presidente corriendo a una agregada cultural.
La ceremonia de la Independencia trajo de nuevo a la escena noticiosa a la cónsul en Estambul, la señora Isabel Arvide, un personaje salido de los bajos fondos de la canalla periodística y que solicitó abiertamente “un chayo” al presidente en una conferencia mañanera. La señora protagonizó un escándalo en el que agredió a una ciudadana mexicana. Consentida del canciller, la cónsul ha causado un repudio generalizado que ha llegado incluso a que una diplomática de carrera, exembajadora en Estados Unidos, Martha Bárcena, califique la permanencia de Arvide en el consulado como “una afrenta a todos los mexicanos”.
Pero los osos no solamente corren a cargo de personajes menores protegidos por el responsable de la diplomacia mexicana. La actitud trasnochada y poco digna del presidente López Obrador con dictadores como el cubano y el impresentable payaso venezolano terminó por exhibir a nuestro mandatario como un personaje que no entiende cómo se juega en el tablero internacional, y eso que escogió el tablero de la tercera división. También Ebrard haciéndole el juego a Maduro se puso en un verdadero ridículo a nivel nacional y con otros países. Las intervenciones de presidentes como el de Uruguay y Paraguay dieron dignidad a un evento en el que Marcelo pensaba que su jefe sería ungido como líder de Latinoamérica. Rotundo fracaso.
El problema de juntarse con gente pequeña es que se termina siendo como ellos. Ebrard –que con justa razón se siente el francés de la 4T– creía que sería un ave de altos vuelos en la diplomacia, pero su jefe tiene el síndrome del Jamaicón y se hace pequeño frente al mundo. Por eso lo trae viajando a Ecuador, Bolivia, Perú, con el patético cubano, con el tirano de Daniel Ortega y con el simiesco de Maduro. Se le va a oxidar su toque parisino.
Claro que en el mundo de los enanos también hay proyectos grandes, como la agencia espacial de países del Caribe y América Latina. No todo es queja en Liliput. Una vez que se le exigiera a los estadounidenses terminar con el bloqueo a Cuba y de hacer un enérgico llamado para que respete a la dictadura caribeña, iban a pedir, según anunció Ebrard, que Estados Unidos los lleve a unas misiones a ¡la Luna y a Marte! De risa loca. ¿En qué planeta viven? Quieren ir a Marte y no pueden siquiera distribuir unas vacunas.
No nos deben extrañar los desvaríos de programa cómico en nuestra diplomacia. López Obrador siempre dijo que la mejor política exterior era una buena política interior. Desgraciadamente nuestra política interior es un desastre. Un espectáculo de enanos amargados con la vista puesta en el pasado y en el resentimiento. No tenía por qué ser algo diferente hacia el exterior. Liliput está bien representada con Marcelo y sus consentidos, sus aliados en el circo y, al igual que en la política interior, con el rumbo perdido.
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