Dimensiones del amor

Amar es respetar y conservar la naturaleza, y también las obras humanas. Estos cuidados benefician a los miembros de la sociedad, y repercuten positivamente en uno mismo.



La cortesía y la urbanidad facilitan las relaciones humanas. Es mucho más agradable trabajar con personas que saludan cordialmente a sus compañeros, o se dan cuenta de un malestar y prestan ayuda, aunque no coincidamos en gustos o en un entorno social semejante. Para evitar caer en un mero formalismo más o menos sincero, esas acciones necesitan acompañarse de un incipiente amor que se manifiesta mediante el deseo de resolver alguna necesidad o debilidad ajena.

Por lo tanto, la sensibilidad que se conmueve al detectar una incapacidad es una muestra de una leve expresión de amor. Esto señala la importancia del amor, y de la necesidad de descubrir esta virtud, básica para nuestra vida y para todas nuestras acciones. Las personas tenemos esa inclinación, pero para adquirir tal virtud necesitamos valorarla y practicarla. Hacer muchos, muchos actos, sin cansancio.

Amar es muestra de donación, y tiene muchos niveles, según lo dado o según a quien se dé. Un aspecto importantísimo es saber discernir lo que se debe dar: ni más ni menos. Y dar lo que le corresponde a quien le corresponde. Cuidar estos asuntos es de importancia vital.

De manera muy amplia, se puede hablar de dos manifestaciones de cariño: la afectividad y el amor. Ambas expresiones indican simpatía, cercanía, y deseo de pasarla bien, sin conflictos ni divisiones.

En la afectividad predomina el componente de la sensibilidad, podríamos decir, del aspecto corpóreo. En este campo se expresa la simple tendencia natural. Si únicamente la conducta se somete a la tendencia, pueden cometerse imprudencias por dejarse llevar por atracciones inadecuadas. La afectividad es muy cercana a las tendencias instintivas de los animales. Pero como el instinto en los animales siempre les protege, los afectos en ellos son adecuados.

A las personas no les basta el instinto, necesitan procesos más complejos para que sus manifestaciones afectivas sean oportunas y no les dañen o dañen a los demás. Esto se debe a que las personas no son únicamente corpóreas, también tienen la dimensión espiritual, muy superior a la corpórea, y debe conducir todas las manifestaciones de amor, incluso las afectivas.

Precisamente, porque el ser humano es espiritual, puede entender y practicar el deber de amar incluso a quien no le gustan, a quienes son muy distintos o incluso a los enemigos.

Hay un orden en el amor humano, que ha de combatir cierto desorden innato, que consiste en poner en primer lugar el amor propio, en privilegiar la tendencia al egoísmo. El orden pone en primer lugar el amor a Dios y a continuación amar Su Voluntad. Sigue el amor al prójimo, empezando por los progenitores y los miembros de la familia, luego las demás personas de acuerdo con su cercanía e influencia.

De las relaciones interpersonales se derivan obligaciones peculiares, las cuales tienen una obligatoriedad moral y jerárquica. Por ejemplo: con los padres adoptivos o con alguien que haya expuesto su vida para salvarnos de un mal grave. Por último, el amor a sí mismo, que responde a la obligación de cuidarse para poder colaborar con los demás.

Amar es respetar y conservar la naturaleza, y también las obras humanas. Estos cuidados benefician a los miembros de la sociedad, y repercuten positivamente en uno mismo.

El auténtico amor entre un hombre y una mujer merece atención especial. Se caracteriza por el deseo de eternizarlo, cuando la relación alcanza madurez. Si se llega a este momento, ya no es una relación únicamente entre dos, sino que tienen consecuencias para la propagación de la especie, el compromiso se amplía. La unión matrimonial es expresión del amor de los cónyuges, pero con consecuencias que los trascienden.

Por eso, la culminación del amor, incluye la entrega mutua del cuerpo. Esto sucede no al inicio de una relación, sino hasta que haya una aceptación mutua consciente de quién es el otro. Alterar este orden es degradar el amor a la promiscuidad. Sólo de este modo se ama verdaderamente a una persona con sus peculiaridades, e incluso con sus defectos.

El amor conyugal realmente es entre el hombre y la mujer, con Dios. Solamente así será posible contar con la ayuda para superar los obstáculos sin fracturas. Solamente así el amor conyugal se mantiene y, él y ella experimentaran un amor semejante hacia a sus hijos. Este amor a los hijos es una manera concreta de eternizar el amor conyugal.

La donación corporal exige amor probado. Si se realiza en la etapa del enamoramiento, es muy probable que los fines de la unión no se realicen, y se produzca dentro del alma una herida que deja una huella difícil de curar. Alterar las etapas en un asunto tan trascendente es mucho muy peligroso.

 

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