Los jóvenes deben saber que el título no demostrará su capacidad profesional, sino lo que hayan aprendido para llegar a tenerlo en su mano.
“El hábito no hace al monje”, ni el título hace al profesionista. Los títulos universitarios en algunas sociedades son una verdadera obsesión, y se confunden los mismos con la destreza profesional. Error vital.
¡Titúlese en x meses o años! Es, con variantes, el gancho que muchas instituciones de enseñanza superior utilizan para tener alumnos, que pagarán cuotas. Lamentablemente, la gran mayoría de dichas instituciones son simples negocios, más interesadas en el dinero que en formar buenos profesionistas. Pero saben la obsesión que hay por un título universitario, y la explotan. Esas que en lenguaje mexicano se llaman escuelas “patito”.
Un título universitario, se supone que tiene varias virtudes, una de ellas es automáticamente dar a su poseedor cierta distinción social. Ser licenciado, ingeniero, contador o doctor, se quiere ver como una manera de estar por encima del resto de la población. Pero esa supuesta magia se ha ido desvaneciendo por la abundancia de titulados.
Esa obsesión por un título, pensando que distingue socialmente, hizo hace años decir al entonces presidente Echeverría, que la Constitución no suprimía los títulos nobiliarios en México para sustituirlos por los títulos universitarios.
Y se ha creado, con las instituciones universitarias de bajo nivel académico, una nube de personas que tienen un título, pero que casi no saben nada. Son los que se conocen como “título sin profesionista”. Creen que con ese papelito “ya la hicieron”, pero al enfrentarse al mercado de trabajo, se dan cuenta que el mismo no les sirve para obtener un buen empleo, bien pagado, y luego ¡no lo entienden, que injusticia, claman! ¿El problema? No están capacitados, no saben.
Es importante cambiar esa falsa percepción de que tener un título es la clave del éxito, cuando dicha clave es la formación profesional. Los jóvenes deben convencerse de que lo importante al hacer estudios superiores es aprender una profesión, y entre más y mejor se formen como profesionistas, mejor. Los graduados (con su cédula profesional en mano) se distinguen de inmediato y posteriormente, para desempeñar un buen trabajo, tener un buen salario y subir en la famosa pirámide ejecutiva, entre los que están preparados y los que simplemente tienen un título detrás del cual casi no hay nada, y que no pueden progresar laboralmente.
Por otra parte, esa vieja frase de que “el hábito no hace al monje”, se complementa con que “pero forma parte de él”. Esto va para aquellos que, habiendo concluido sus estudios, no se preocupan por concluir los trámites para tener su título y respectiva cédula profesional. Pues también se da el caso de que profesionistas con buen desempeño, no pueden subir de puesto por no tener el título. Y a veces, ya de entrada, a un buen prospecto a un empleo, se le desecha por no tener su título y cédula profesional. Y hay que recordar que para ciertas profesiones en especial, la cédula profesional es indispensable.
Algo es bien sabido, y es que en general, una excelente formación universitaria privada puede ser muy cara, y no estar al alcance de familias de bajos ingresos, pero si un estudiante de nivel medio termina su bachillerato, vocacional o preparatoria, como se guste llamarlo, tiene buenas calificaciones, y si puede pasar exámenes de admisión difíciles, podrá conseguir una beca. Y si se inscribe en una universidad pública, debe buscar aquellas que se distinguen por el buen desempeño de sus graduados. Sabemos que los egresados de universidades que se han ganado prestigio por su calidad académica, tienen o pueden tener las puertas abiertas para trabajar en empresas o gobiernos muy exigentes.
Los padres de familia, en especial los que no lograron en la vida superarse en sus trabajos por falta “de escuela”, deben insistir con sus hijos que aprendan, que esa es la clave para empezar bien y continuar mejor en el mundo del trabajo. Los maestros y consejeros vocacionales de preparatoria deben también orientar a los jóvenes que no es un título el que demostrará su capacidad profesional, sino lo que hayan aprendido para llegar a tenerlo en su mano.
Y debo insistir en que a los jóvenes se les debe convencer que es la buena formación académica lo que les dará oportunidades valiosas en el mundo del trabajo, y que un simple título de universidades “patito” no le servirá más que para presumir de algo que no les significa nada en la realidad. Esta falta de convencimiento de lo que es más importante, frustra a recién graduados que, con un título en mano, pero sin buena formación, no entienden, como dije, por qué no consiguen una buena oferta de trabajo.
Fui ejecutivo en un grupo industrial de Monterrey, incluyendo una empresa textil, y me dice un amigo: “Oye, ¿cómo es posible que el secretario del gerente de planta es licenciado y está allí?” “¿Dónde estudió?”, le pregunto, y me menciona una clásica universidad “patito”, Y le digo: “Pues por eso…”. Y me responde: “Ah, sí, ya entendí”.
Y esto vale tanto para las titulaciones a nivel licenciatura como a nivel maestría. Que no salgan de la institución académica con una formación muy superficial y muchas veces acelerada, con un papelito que diga licenciado o maestro, pero sin saber mucho de la profesión en la que supuestamente se capacitaron. Esta ilusión arruina, de entrada, toda una vida no sólo laboral, sino personal en amplio sentido.
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