El éxito debe incluir el trabajar con y para los demás, mientras que el poder debe ser visto como una auténtica meta de servicio, pero no como discurso político, sino como convicción de vida personal.
Hemos escuchado por décadas que los políticos nos ofrecen un cambio, y después le ponen muchos apellidos al mismo, como por ejemplo: “El auténtico cambio” o el “verdadero cambio”, o tantos otros que no pasan de ser lemas, esto sucede también por ejemplo en las empresas en las que se habla constantemente de cambiar, y hasta nosotros en lo personal ante nuestros fracasos hemos hablado de cambiar, y sin embargo cuántas veces en la política, en la empresa o en nuestra misma vida si hemos cambiado, pero con resultados de retroceso en lugar de avance.
Para que un cambio realmente sea efectivo debe tener una meta realista y se debe contar con los elementos necesarios para poder llevarlo a cabo, por lo que si lo analizamos con estricta objetividad bien podemos ver que casi todos los cambios requieren de un esfuerzo importante.
Para cambiar a un país, no sólo es necesario remover a un gobierno por otro, es mucho más importante ir a las raíces de los males que lo aquejan para buscar las causas por las cuales no se ha podido llegar a tener un país con más justicia y oportunidades para sus ciudadanos, e inclusive para saber por qué estamos en medio de una crisis como la presente, que desde luego no se originó con el presente gobierno, pero sí entró en un retroceso importante y peligroso.
Desde luego todos podemos trabajar por aportar algo para iniciar un cambio auténtico, pero son los jóvenes los que por simple disposición de tiempo y de energías son los que mayores oportunidades tienen de hacer de México lo que debería de ser ya por los años que tiene como nación independiente y los recursos con los que cuenta que son muchos.
Entonces nos debe surgir una enorme inquietud al pensar si los que ya somos mayores supimos inculcar en la juventud esos principios sólidos que se necesitan para buscar no tan sólo el bienestar personal, sino también tener ideales que comprometan sus actividades en la búsqueda de lo que hemos conocido como el bien común, o si solamente hemos inculcado ese deseo de tener el llamado comúnmente éxito que hace demasiado enfoque en lo meramente material, y ya ni siquiera se enfoca en el deseo de formar familias con vínculos de auténtico amor en las que se construyan personas sanas de cuerpo y alma, con deseos de ser personas de bien y sobre todo de trascendencia, para lo que desde luego ayudaba mucho el sentido cristiano de la vida que tanto hemos perdido.
Sobre la formación de la juventud decía Anacleto González Flores unas bellas y profundas palabras, sobre el trabajo que tiene que hacer la juventud para formarse; “Podremos comprar en el mercado un libro que abra delante de nuestros ojos, rutas inesperadas y llenas de luz y que nos enseñe métodos y procedimientos para completar la propia personalidad y dar a nuestro cuerpo y nuestro espíritu la rotundidad total de una obra acabada, pero las fórmulas y las recetas y los métodos de formación no son suficientes; es necesario ante todo estar dispuestos a hundir las propias manos en nuestra carne y en la sustancia de nuestro espíritu para amasar el barro, para estrujarlo si es necesario hasta el desangramiento, hasta padecer desmayos; de otra suerte los programas y sus libros y sus fórmulas nunca llegarán a ser parte integrante de la substancia de nuestro ser ni habrán podido tocar siquiera la superficie de nuestra alma ni el carácter (atributo esencial de las fuertes personalidades) ni la orientación del espíritu, ni la santidad, ni nada de todo lo que sirve para darle el toque definitivo a la obra de hacernos totalmente, se compra en ningún mercado. Todo eso lo hace, lo tiene qué hacer, lo debe hacer el forjador que todos llevamos dentro de nosotros mismos”.
Es por eso que el cambio de cualquier sociedad se empieza por las personas y por nosotros mismos, y es necesario que la formación que se inicie desde la niñez tenga un enfoque que vaya más allá de la simple utilidad, y que el éxito abarque algo más que tener muchos bienes materiales, o mucho poder, o mucha fama, que incluya también el trabajar con y para los demás, y que el mismo poder sea visto como una auténtica meta de servicio, pero no como discurso político, sino como convicción de vida personal.
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