Lo que da al periodismo su autenticidad y su vitalidad es la tensión que hay entre la ciega entrega de la persona entrevistada y el escepticismo del periodista.
El día de ayer murió la periodista Janet Malcom. Reportera icónica en The New Yorker, Malcom era una provocadora, sobre todo de sus colegas, que irritaba por doquier. Su precisión y agudeza resaltan en sus obras reporteriles, pero también incursionó en trabajos biográficos como La mujer en silencio, sobre Silvia Plath (que se suicidó en su casa con gas en 1963) y su pareja Ted Hughes. Referencia entre los periodistas es el polémico libro El periodista y el asesino (Ed. Gedisa). Aquí algunos subrayados:
“Todo periodista que no sea tan estúpido o engreído como para no ver la realidad sabe que lo que hace es moralmente indefendible. El periodista es una especie de hombre de confianza que explota la vanidad, la ignorancia o la soledad de las personas, que se gana la confianza de estas para luego traicionarlas sin remordimiento alguno. Lo mismo que la crédula viuda que un día se despierta para comprobar que el joven encantador se ha marchado con todos sus ahorros, el que accedió a ser entrevistado aprende su dura lección cuando aparece el artículo o el libro. Los periodistas justifican su traición de varias maneras según sus temperamentos. Los más pomposos hablan de libertad de expresión y dicen que el público ‘tiene derecho a saber’; los menos talentosos hablan de arte y los más decentes murmuran algo sobre ganarse la vida”.
“La disparidad entre lo que parece ser la intención de una entrevista mientras esta se desarrolla y lo que realmente resulta de ella siempre es un choque para el sujeto entrevistado”.
“Lo que da al periodismo su autenticidad y su vitalidad es la tensión que hay entre la ciega entrega de la persona entrevistada y el escepticismo del periodista. Los periodistas que se tragan por entero la versión de las personas entrevistadas y la publican son, no periodistas, sino publicistas”.
“Cuando un periodista se propone citar a una persona entrevistada lo hace con la grabadora y traduce su discurso a prosa. Sólo un periodista muy duro (o inepto) mantendrá literalmente las declaraciones del entrevistado sin hacer las necesarias refundiciones y nuevas redacciones que, en la vida, nuestro oído capta automática e instantáneamente”.
Y algo sobre La mujer en silencio (Ed. Gedisa):
“Al mundo le gusta aferrarse a las fantasías, rumores, actitudes políticas y chismorreos macabros, no disiparlos, y nadie quería oír que Hughes era el bueno y Plath la mala. El placer de oír maldades de los muertos no es desdeñable, pero palidece ante el placer de oír maldades de los vivos”.
“La libertad para ser cruel es uno de los privilegios irrebatibles del periodismo, y el presentar a las personas como si fueran personajes de malas novelas es una de sus convenciones ampliamente aceptadas”.
“Los artículos periodísticos (llamados significativamente en inglés ‘historias’), como las historias de la mitología y el folklore, derivan su fuerza en unas simpatías y antipatías estables y nunca equívocas. Cenicienta debe seguir siendo buena y las hermanastras malas. ‘La segunda hermanastra, después de todo no era tan mala’ no es una buena historia”.
“Las cartas estaban llenas de acusaciones, recriminaciones, resentimientos, quejas, amenazas, insultos, demostraciones de lástima, rabia, petulancia, desprecio, orgullo herido; el repertorio completo del resentimiento que las personas que han estado una bajo la piel de la otra saca a relucir y se lanza entre ellas como cubos de agua sucia”.
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