Una buena máscara funciona y la de AMLO puede caerse

La popularidad de Andrés Manuel López Obrador es innegable; de hecho, es el único adversario a vencer en 2018 por el PAN. No debemos subestimarlo y quedarnos con la cantaleta de que “volverá a perder”. Sí, perderá de nuevo, siempre y cuando se entiendan bien los porqués de su popularidad, y el por qué y cómo se puede derrumbar. Hay que recordar que perdió dos veces por sus muy personales errores.


Salvador I. Reding Vidaña


Varias son las razones de su popularidad, no es una. Le va bien en diferentes sectores, también por diferentes razones. La primera, la de siempre, es su demagogia populista. Pero en sus primeros años priistas le fue bien porque sin duda tiene carisma. Desde los grandes escándalos contra Pemex en Tabasco, fue la demagogia la que le brindó seguidores: su batallar contra el poder (ahora la Mafia en el Poder), encabezando supuestas causas del pueblo. El presidente Ernesto Zedillo, débil, no lo encarceló. Sobrevivió, y esa impunidad le acompañó posteriormente.

Ganó el gobierno del Distrito Federal con su demagogia y ser candidato del PRD, con apenas una diferencia con Santiago Creel de 1.1% o 45 mil 393 votos de 4 millones 371 mil 498 totales. Gobernó sin mayores beneficios populares, salvo los que regalan dinero del erario. Tuvo, con sus subordinados, muchos errores y se cometieron delitos tipificados; nunca combatió la corrupción, la toleró abiertamente. La transparencia de gobierno: ausente. Cayó varias veces en el delito de desacato, y no pasó nada.

Una de las razones por las que tiene simpatizantes es por el enorme desgaste del PRI, y de una imagen negativa del panismo (creada por sus adversarios). Así que la pregunta de simpatía es: ¿por qué no darle la oportunidad al Peje? Esta pregunta procede de la falta de conocimiento y reflexión de su mal gobierno capitalino, que más que olvidarlo, pasó de noche a la mayoría de la ciudadanía, y que los jóvenes convertidos en ciudadanos no conocieron.

Su simpatía continúa por su populismo y demagogia, no hay duda. Simpatía convertida en fanatismo auténtico. Por esta razón, puede decir enormes barbaridades, ser acusado de muchas fallas y sus fanáticos simplemente se niegan a considerarlas. El fanatismo invalida el raciocinio. No les importa lo que diga o haga, lo apoyan, y ponerles sus fallas enfrente sólo los enfurece y refuerza su fanatismo. Es un fenómeno bien conocido para la ciencia política. Su práctica de victimizarse le funciona, más porque no ha sido combatida, sólo señalada. Cuando se le sometió a juicio de procedencia él se quejó de “la canallada del desafuero”, y nadie le replicó. Montó un gran teatro para gritar con sus vocingleros que le habían robado la presidencia, y sus fans se lo creen sin examinarlo.

Pero además agregó a sus discursos propuestas que suenan razonables, cosas que a cualquiera se le ocurren, por obvias, y eso le gana simpatías entre personas no influenciables por la demagogia populista. Pero también ofrece proyectos o políticas atractivas, imposibles (o casi) de ser implementadas, razón: el dinero no alcanza. Ofrecer el cielo y las estrellas gana adeptos, que no reflexionan en la insustentabilidad de promesas de campaña. Así funciona la persona humana: lo afectivo sobre el raciocinio. Pero ya cometió un error: insultar periodistas.

López Obrador no ha moderado su lenguaje demagógico, ofensivo y bravucón, simplemente le ha sumado otros lenguajes moderados y de oferta política. Su demagogia incluye tanto ofrecer lo imposible (universidad y empleo para todos, refinerías al vapor), pero lo alterna con tratos diferentes a públicos diferentes; por eso, algunos “capitalistas” lo apoyan y hasta patrocinan. Y esto no es nuevo, ya lo hizo en 2012: le funcionó, sonaba “razonable”.

Pero la esencia de su popularidad es verlo como una alternativa de gobierno a su afamada “Mafia en el Poder”. No es por que sea “el bueno”, es porque a los otros los ven como los indeseables. Todas estas razones pueden ser neutralizadas.

Derribando la máscara de López Obrador

¿Qué procede hacer y qué no funciona? Los insultos no sirven, sólo refuerzan a la víctima de la “Mafia en el Poder”: “lo atacan por ir arriba”, arguyen. ¿Decir que mató a su hermano? Tampoco sirve.

¿Qué si puede funcionar? Con todo y la resistencia a la reflexión: la denuncia de sus errores, mentiras y delitos. Ponerlo en evidencia, sacar del baúl del olvido su mal gobierno y lo despreciable de su equipo de gobierno, su corrupción nunca combatida. Y esto es muy importante, pues su mayor oferta de campaña es la lucha contra la corrupción, pero con su oferta contradictoria de perdón a quienes ha aceptado a su partido y a los ladrones del actual gobierno, ¡no los perseguirá!

Exponer su demagogia como falsa, mostrar sus mentiras y sus traiciones puede tener bajo impacto entre sus fanáticos, pero pondrá a pensar a quienes sólo les simpatiza o lo ven como una opción de gobierno a probar. Quienes no deciden bien su voto en 2018, pueden efectivamente ponerse a pensar y negárselo.

Un elemento de batalla que no ha sido bien explotado es el de sus traiciones. Traicionó al PRI, y muchos lo justificarán. Pero traicionó al PRD del que fue cofundador, utilizó sus recursos de organización y dinero para crear el partido Morena, que convirtió en partido enemigo del perredismo. Lo traicionó cuando, siendo perredista, invitó a votar en contra del PRD y a favor del PT.

Lo acusan de vivir del erario por años, pero no se le ha exigido que demuestre haber pagado ISR por sus ingresos en el PRD y en Morena. ¿Vive como potentado? ¡Sí, abiertamente! Ha aceptado e incluso informado formalmente al IFE (ahora INE) haber recibido junto con Batres sueldos ilegales, pero no ha pasado nada. ¿Paga impuestos? Dice que sí, pero nunca lo ha demostrado.

Legítima e inteligentemente ¿qué procede para enfrentar al Peje? Lo dicho: denunciarlo, hacerle señalamientos de asuntos públicos, reales, de sus traiciones, mentiras y demagogia. Demostrar la inviabilidad de sus ofertas, no sólo decir que son absurdas. Insistir en el “dime con quién andas y te diré quién eres”. Gobernó con pillos y está rodeado de ellos. Reúne antisociales y resentidos, como lo es su principal aliado empresarial de Monterrey. Así de nuevo haría un mal gobierno. ¿Debates? No, nunca debate, simplemente agrede y niega, pero no debate.

A la popularidad de López Obrador se le enfrenta con inteligencia, la denuncia persistente de sus falsedades, mentiras, afrentas, equipo humano inaceptable; evidenciar insistentemente sus contradicciones discursivas. Hay que insistir: burlas y agresiones no le quitan adeptos, al contrario ¡lo victimizan!

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