Papá, ¿estoy yo anotada en tu agenda?

La reducción de la importancia de la paternidad representa el punto final de un proceso histórico: la constante disminución de la paternidad como importante rol social para el hombre.



En un anuncio televisivo se veía la siguiente escena:

Una niña pequeña se acerca al escritorio de su papá en donde él se encuentra sentado ante infinidad de papeles revueltos y diligentemente apunta en su agenda los pendientes más próximos. La niña se para junto a él –sin que aparentemente él la note—hasta que finalmente ella le dice: “—Papá, ¿qué haces?—”.

Sin siquiera voltear a ver a su hija, él le contesta:

“—Nada pequeña, tan sólo estoy organizándome y haciendo planes. Estas hojas tienen los nombres de las personas a quienes he de ver y tratar, además de todas las cosas importantes que debe hacer –”.

La pequeña titubea y luego pregunta:

“– ¿Estoy yo anotada en tu agenda del día, papá? –”.

¿Qué está pasando con la paternidad? Cuando hablamos con las personas, la familia es de alta prioridad para cada uno; la mayoría antepone a la familia a su salud si ese fuese el caso. Pero cuando uno les inquiere a adentrarse en su estilo de vida y en dónde dedican la mayor parte de su tiempo, encontramos que casi siempre subordinan a su familia a otras actividades como: prioridades del trabajo, a sus amigos, a la diversión, etc. ¿Cuál es la razón de esta brecha?

Antes de fragmentarse, la paternidad pasó por un largo periodo de encogimiento. En este sentido, la reducción de la importancia de la paternidad representa el punto final de un proceso histórico: la constante disminución de la paternidad como importante rol social para el hombre.

Durante los dos siglos pasados, el padre de familia ha pasado de ser el centro de la familia, el cual fue su papel central, a la periferia de la vida familiar. A medida que el papel social del padre ha decrecido, también la historia cultural de la paternidad casi ha cesado de representar a los padres como garantía esencial del bienestar de los niños y de la sociedad.

Hace ya muchos años, los padres eran vistos como irreemplazables proveedores en el hogar; eran los que tenían la total responsabilidad de sus hijos y muy en especial de los hijos adolescentes; muchos manuales de educación estaban dirigidos a los padres de familia, no a las madres. Los padres eran quienes se encargaban directamente de supervisar, guiar y aconsejar a sus hijos acerca del mundo que les esperaba fuera de casa, y algo de suma importancia: los padres asumían la responsabilidad primaria de lo que significaba una tarea parental de primera que es la educación moral y religiosa de sus hijos. De allí que la culpa u orgullo de lo que un joven resultara llegar a ser, recaía no en la madre sino en el padre de familia.

Por supuesto, todo esto cambió, no marginalmente sino fundamentalmente. El mayor cambio en la vida familiar en los siglos XIX y XX fue la constante feminización de la esfera laboral. Acompañando este radical cambio hubo una serie de nuevas ideas acerca de la identidad de género y de la vida familiar y se empezó a hablar del papel democrático del padre; esto debilitó porcentualmente la autoridad paternal. Hoy ha aparecido nueva terminología, como: “convivencia democrática” o “familias democráticas” que se han derivado de manuales al alcance de todos.

En resumen, en el último siglo y lo que va de este, la paternidad ha perdido en parte o en todo cada uno de sus cuatro roles tradicionales: a) Ser un protector irremplazable, b) ser el educador moral de la familia, c) ser cabeza de familia y d) ser el proveedor del pan familiar.

El resultado es que la paternidad como rol social ha sido radicalmente mermada en los tres aspectos esenciales:

1) Hoy la paternidad se considera de menor importancia, hay pocas cosas que son definidas como responsabilidad primordial del padre.

2) La paternidad ha sido devaluada. En el hogar, el padre ya no es visto como la autoridad principal, y en sociedad la paternidad ya no es de alta estima, por ejemplo: anteriormente un jefe de Estado era tan importante por sus logros políticos como por ser un buen padre de familia.

3) La paternidad ha sido disminuida en tanto que lo paternal ha devenido con la desculturización, desnudada de un contenido social de autoridad o prestigio. Como ejemplo extremo, consideremos el “banco de sperma”, esto es, la paternidad como inseminación anónima. Ninguna definición de paternidad puede ser más devaluada.

Una paternidad desculturizada necesariamente fractura cualquier entendimiento social de la paternidad. A medida que menos niños viven con su padre biológico y más viven con su padrastro, con el novio de su madre u otros modelos de paternidad, la paternidad biológica es separada de la paternidad social. Por tanto, la paternidad social, una vez desprendida de la persona, se convierte en una figura difusa como idea y elástica en su rol fundamental: deviene en un ‘estilo’ de paternidad más que en una persona respetable y un modelo para los hijos.

De esta manera, aquél que vive su vida alrededor de un rol temporal dejando a un lado la verdadera caja del tesoro familiar, entonces se está dejando seducir por la cultura exterior y se deja robar la mejor riqueza de la vida que es la profunda y duradera satisfacción que proviene de las relaciones familiares.

La mayoría de los niños prefieren conocer a su propio padre, que una serie de relaciones disparatadas. Una de las preguntas clave que puede hacérsele a un pequeño niño o niña es: qué contesta cuando se le pregunta: “–¿Quién es y cómo es tu padre?—”, él/ella podrá contestar de diferentes maneras muy acertadas.

Nuestro entorno cultural ya no obliga a los padres a cumplir un rol obligatorio de paternidad, sino que socialmente se les presenta como una función voluntaria, pequeña y flexible, no más la paternidad como una serie de tareas de las que es seriamente responsable, sino que hoy los padres ‘desculturizados’ pueden escoger para ellos mismos entre un menú de estilos de vida cuál es el significado de su paternidad. Por otra parte, la paternidad desculturizada es incompatible con la verdadera paternidad como un rol definido para el hombre.

En la cultura popular, hoy se habla del ejercer libremente la sexualidad, y a medida que la paternidad se devalúa, el concepto de masculinidad en sociedad ya no es un concepto claro sino relativo. Una paternidad ‘desculturizada’ por tanto, deviene en una masculinidad dudosa debido a que sin reglas para una paternidad efectiva que ancle la masculinidad, el proyecto varonil en sí mismo es cuestionable y corto en reputación.

La pregunta no sería: –¿Qué es lo que los hombres quieren?— Sino : –¿Qué es lo que los hombres hacen?—

Derivado de esta pregunta está el papel del padre, por tanto, la pregunta sería:

–¿Qué es ser un verdadero padre?—

Aquí está la tragedia de hoy, ¡nuestra sociedad es incapaz de contestar a esta última pregunta!

* Algunos de los párrafos de este artículo fueron traducidos del libro: Blankenhorn, David. Fatherless America. Harper Perennial, 2006 USA.

 

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