Impertinente simpático

Federico Ruiz: “el impertinente simpático”

Cuando se pierde un ser querido (o hasta solo “conocido”) nunca sobran las muestras de pesar y de consuelo, y menciones sobre el ser que se ha ido. Los “que en paz descanse” y expresiones semejantes y abreviadas, son la cotidianeidad. Cuando fallece un alto político, abundan luego las expresiones que buscan impactar más a favor de quien la pone, que a la memoria del difunto. Pero hay otros casos.



La muerte de Federico Ruiz López, es un caso excepcional. Y lo es porque nuestro querido amigo lo fue en vida, y su recuerdo perdurará entre mucha gente, que lo trató personalmente o que disfrutó de sus obras, escritos y mensajes. Difícilmente se encuentra tanta coincidencia de definiciones sobre la personalidad de alguien y su papel en la vida como con Federico Ruiz.

Las definiciones coinciden y con justa razón: era un gran ser humano, un gran cristiano, un gran político, maestro, jurisconsulto y amigo. Extraordinariamente culto. Pero, además, las referencias a su encantador sentido del humor eran y serán proverbiales.

Federico no era un encantador de serpientes, era un encantador de personas, y lo digo respecto a esta particular característica de su personalidad. El humor: bueno, ligero, ácido, negro… de todo un poco según el momento. Podía ser divertidamente crítico sin denigrar a la gente, pero apabullando con verdades cargadas de cierta comicidad intencional y espontánea. Por eso lo bauticé como “el impertinente simpático”, mote que le agradaba porque definía ese aspecto de su personalidad. Su hija Ana se atacó de la risa cuando le comenté esto, y dijo entusiasmada que lo había heredado de su padre. ¡Qué felicidad!

Hizo Federico muchas cosas buenas en la vida para mucha gente, en todos los planos, el familiar, el de la amistad sincera, en lo académico, lo profesional, lo político y especialmente en lo cristiano. Él supo llevar su profundo catolicismo a todos los aspectos de su vida, y entre la abrumadora cantidad de mensajes respecto a su partida a la Casa del Padre, es el elemento central.

Quiero destacar una especial característica que le observé, y es que Federico, con gran sencillez y humildad, gustaba de un bajo perfil, nunca acarició el protagonismo. Su figura destacada lo era per se, y no por su intención de sobresalir.

Llevar la fe profunda a la vida en todas sus dimensiones, es el ideal de la fidelidad a Cristo, y por haberlo hecho hasta el último momento, Federico Ruiz, nuestro impertinente simpático, estará en una gloria muy bien ganada con el Señor.

¿Qué falta ahora a quienes lo queríamos, y convivíamos con él, o quienes supieron de sus acciones sin haberlo tratado? Tomarlo como ejemplo, un cristiano que, con sus cualidades y debilidades humanas, sus éxitos y sus fallas, nos permite tener un modelo de buena vida de servicio a los demás. Un hombre que sonreía a la vida, que comprendía las crisis humanas sin ser fatalista.

Te queremos buen amigo y maestro Federico Ruiz López, sonríenos desde el cielo como lo hacías en la convivencia, en las buenas y en las malas, siempre confiando en Dios. Te extrañamos, claro, y por tu enseñanza sigues presente.

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