La importancia del árbitro

El INE es el árbitro que decidimos darnos los mexicanos hace ya unos años. Podrán gustarnos o no sus decisiones, podrán caernos bien o mal sus consejeros, pero tenemos que acatar sus decisiones.



Odiados por unos y por otros, los árbitros son tan necesarios que resulta imposible jugar sin ellos. Es incuestionable su relevancia, pues llegan a decidir el rumbo del juego. Por sus decisiones pasan los que serán triunfadores y los que llevarán a cuestas la derrota. Son un villano esencial; sin ellos no habría juego.

Particularmente en el soccer, los árbitros son sujetos que concentran el odio de la afición, los cronistas y los jugadores. Son una especie de blanco perfecto, una diana a donde van a parar todos los insultos habidos y por haber. Su papel es tan necesario como incomprendido. Las decisiones arbitrales llegan a poner en vilo a países enteros cuando se trata de un mundial. “No era penal”, fue nuestra frase durante meses enteros. Un árbitro, maldito por supuesto, definió el ánimo nacional marcando un penal a favor de Holanda. Se nos fue el corazón, nuestros muchachos no seguirían jugando por culpa del árbitro, esa condenada figura que nos quiere poner en orden, que no nos ayuda, que no quiere hacerse de la vista gorda cuando cometemos una falta, el perro asqueroso que le quiere ayudar al contrario, que la trae contra nosotros, no importa del país que sea el silbante: no nos quieren si son extranjeros, y en caso de ser compatriotas son señalados como traidores y descastados.

Vendidos, rateros, ladrones, miserables, ciegos, necios, comprados, indignos ignorantes, frustrados infelices los silbantes del soccer son definidos con esos adjetivos y son objeto de la furia popular. Esto es particularmente notable en el deporte de las patadas. En el futbol americano, por ejemplo, al árbitro no se le puede reclamar, sus decisiones se acatan y punto. Las sanciones por reclamar o acercarse violentamente a un árbitro son severas. Con ayuda de la tecnología, el arbitraje del futbol americano se acerca a la perfección, pero de cualquier manera las decisiones de los jueces son obedecidas sin reparo alguno.

En el soccer, no. Se les grita, se les insulta, incluso se les llega a golpear. Los niños aprenden a jugar, a meter gol, a atajar balones al mismo tiempo que a reclamar, insultar y culpar al árbitro por las derrotas. Al ser el futbol la pasión nacional, nuestra relación con los árbitros en otros ámbitos de la vida está marcada por lo que sucede en las canchas del balompié. Sospechamos siempre de la autoridad, nos cae bien si nos permite saltarnos las reglas, lo odiamos si nos aplica el reglamento y lo calificamos de “rigorista”, de estricto, de duro. Siempre cae sobre los árbitros de nuestra vida pública la sospecha de que “están vendidos” y, en esta ocasión, el primero en hacerlo ha sido ni más ni menos que el presidente de la República.

El INE es el árbitro que decidimos darnos los mexicanos hace ya unos años. Podrán gustarnos o no sus decisiones, podrán caernos bien o mal sus consejeros, pero tenemos que acatar sus decisiones; podremos reclamarles, cuestionarlos, pero tenemos que respetarlos y atender sus definiciones. Qué bueno que ejerce su función a plenitud, porque tanto jugadores como espectadores sabemos de la importancia de tener un árbitro justo, y en estos días en que el dueño del estadio quiere cambiar las reglas y hasta de equipos, es más que relevante contar con un buen arbitraje.

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