Política e Iglesia

Elecciones y voz de la Iglesia… laica

¡La Iglesia no debe meterse en política! Es una frase dicha y repetida cada vez que hay elecciones o temas críticos de legislación y gobierno. La dicen tanto quienes se ven afectados por declaraciones episcopales y otros voceros de la jerarquía eclesiástica, como lo dicen también los enemigos, y hasta cristianos desinformados más papistas que el Papa entre la feligresía.


 


Hay que aclarar las cosas. Distinguir del trato y libertad de opinión que concede la Constitución federal y otra cosa el participar en política de partidos. También distinguir, dentro de la Iglesia, entre laicado y jerarquía. No es lo mismo que declare un obispo a que lo haga un laico, y ambos son miembros de la Iglesia.

Hay que distinguir también entre vida política y política de partidos, electoral. La política es la vida diaria de una nación, cada actividad que afecta a la comunidad, es política, y opinar sobre acciones de gobierno es legítimo para la Iglesia, la jerárquica y la laical. La política electoral es otra cosa, y las leyes prohíben efectivamente que los ministros del culto participar en actividades partidarias. Por cierto, los religiosos no sacerdotes, las monjas y los monjes, no son “ministros de culto”.

Los miembros de la jerarquía eclesiástica, de acuerdo con las leyes, no deben participar en política activa, y de hecho, ni obispos ni presbíteros hacen política activa de partidos. Que alguna vez se le vaya a alguno la lengua opinando a favor o en contra de partidos o candidatos, no significa que la Iglesia como organización esté actuando en política electoral. Es simplemente humano.

El problema está en que, no sólo en México sino también en otros países, cada vez que un miembro de la jerarquía defiende y predica la doctrina de la Iglesia sobre temas torales, se le acusa de hacer política de partidos o de atacar a políticos que toman posiciones contrarias a dicha doctrina cristiana.

La Iglesia, toda, laical y jerárquica, tiene obligación de predicar la enseñanza de la Iglesia. Así, sea por períodos electorales o no, defiende el derecho a la libertad, a la vida, la familia natural y el matrimonio entre hombre y mujer, el derecho paterno de educar a los hijos y otros temas relacionados. La Iglesia declara que apoyar o votar por candidatos en pro del aborto, es cometer pecado grave. Y así es, y por recordarlo en declaraciones o escritos, se levantan voces gritando que la Iglesia está atacando ilegalmente a determinados candidatos. Y no es así, el problema es que el saco les queda a esos candidatos, pero ello no puede acallar la voz de la Iglesia.

Pero lo que se debe hacer, para evitar o reducir el ataque a la Iglesia, al reinterpretar la predicación de su doctrina, es poner las declaraciones sobre estos temas en voces laicales. A los laicos no nos pueden acusar de violar las leyes electorales, por repetir lo que dicen los mandamientos y la doctrina cristiana en general.

Los laicos deben ser voz de la Iglesia a la que pertenecen, y ejerciendo su derecho constitucional de opinar, insistir en esos temas críticos. Así, hablará la Iglesia sin que lo haga su jerarquía. Y se debe insistir que es de parte de la Iglesia que se habla de los principios irrenunciables de doctrina, y ni siquiera participando, como puede ser, en actividades de partido. Denunciar a los partidos o candidatos que apoyan leyes o acciones de gobierno que vayan contra la libertad, la vida, los derechos de las minorías, la familia y el matrimonio, es obligación y derecho del ciudadano. Pedir que se vote por candidatos que respetan estos principios es también legítimo derecho.

Inclusive, se pueden citar dichos de obispos o presbíteros sobre la doctrina, sin que se viole ley electoral alguna. Las instituciones laicales o de inspiración cristiana, tienen también pleno derecho de opinar y orientar a la ciudadanía sobre temas electorales y de gobierno en general. Aunque sean instituciones formalmente reconocidas por la jerarquía, pueden hacerlo.

En resumen, los obispos o sacerdotes (los “ministros del culto”) tienen derecho a predicar lo que enseña su doctrina, sin que ello signifique que están haciendo política electoral partidista, pero para evitar ataques y acusaciones hasta penales, para eso están los laicos y sus organizaciones. Y no solo pueden, deben hacerlo. Que así sea, sin que tampoco la jerarquía renuncie a su derecho a predicar la doctrina. Ambas cosas, pues, con sagacidad y prudencia.

 

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