Conviene estar muy atentos, dar la voz de alarma y evitar que renazca un Estado dictatorial en el cual todo un señor de horca y cuchillo acabe controlando vidas, haciendas y conciencias.
La gran mayoría de los mexicanos aún recordamos –porque son tiempos recientes– aquella época de la Dictadura Perfecta en que todo giraba en torno a un solo hombre que, apoyado por un partido único, decidía caprichosamente el destino de la totalidad de nuestros compatriotas.
No había escapatoria. El hecho de que padeciésemos una dictadura de partido no ofrecía ni la más leve esperanza de que, desapareciendo el dictador, habría de implantarse un sistema libre y democrático.
Todo marchaba sobre ruedas, el Sistema estaba tan bien engrasado que, aunque se estropease una pieza, otra la reemplazaba al instante.
Sin embargo, eso no era lo peor puesto que, por lo que a continuación explicaremos, millones de mexicanos estábamos como drogados creyendo que vivíamos en un país de ensueño, motivo por el cual creíamos ser un ejemplo para el resto del mundo.
Tan errónea creencia –propia de la alucinación de un drogadicto– era alimentada por unos medios de comunicación social que estaban férreamente controlados por el Estado.
Por lo pronto, el hecho de que el gobierno, por medio de la PIPSA (Productora e Importadora de Papel, S.A.) decidiese a qué diarios les vendería papel y a cuáles no propiciaba que los dueños de los periódicos adoptasen la actitud lacayuna propia del más despreciable de los lamebotas.
Ya no solamente tenían pavor de decir la verdad, sino que la sumisión llegaba a tales extremos que tal parecía que competían entre sí para ver quién prodigaba mayores elogios tanto al Sistema como al dictador en turno.
Y para colmo de males, durante aquellos negros tiempos, si alguien quería enterarse de lo que ocurría viendo televisión, la única alternativa era Jacobo Zabludovsky con su noticiero “24 Horas”.
Un sujeto irónico y manipulador que presentaba las noticias de tal modo que la opinión pública quedaba totalmente desorientada.
No obstante, a partir del año 2000, con la llegada de Vicente Fox a la presidencia, se da lo que se conoce como alternancia en el poder, la cual ocasionó que desapareciesen monopolios estatales y que brotasen noticieros y diarios deseosos de informar lo que realmente estaba ocurriendo.
Y por si eso no bastase, gracias a las redes sociales (con las que cada teléfono móvil viene siendo una televisión en miniatura) la censura sufrió un golpe mortal.
Hace algunas semanas, gracias a las redes sociales, todo México se enteró de que Ricardo Hernández no fue recibido en el Hospital Magdalena de las Salinas. Criminal actitud que le costó la muerte.
Todo México pudo ver el cadáver de ese pobre hombre a las puertas del nosocomio mientras sus familiares lloraban angustiados.
Y lo peor del caso fue cuando Zoé Robledo, director del IMSS (Instituto Mexicano del Seguro Social), afirmó que al paciente le habían prestado la atención solicitada.
Seguramente Zoé Robledo piensa que aún estamos en aquellos tiempos en que el Sistema –con la complicidad de Jacobo y de otros– engañaba impunemente a la opinión pública.
Afortunadamente, gracias a las redes, eso ya no es posible.
Quizás sea esa la razón por la cual el senador Ricardo Monreal intentó aprobar una ley reguladora de dichas redes. De momento y gracias a las protestas de la ciudadanía, Monreal dio un paso atrás esperando tiempos mejores.
Sin embargo, la amenaza sigue latente y el peligro pende sobre la libertad de expresión como fatídica espada de Damocles.
Y es que, si llegan a regular las redes, quien lo haría sería el Estado, el cual ganaría tal poder que volveríamos a los tiempos de una Dictadura que creíamos ya sepultada en el olvido.
Conviene estar muy atentos, dar la voz de alarma y evitar que renazca un Estado dictatorial en el cual todo un señor de horca y cuchillo acabe controlando vidas, haciendas y conciencias.
De nosotros depende: utilicemos el gran poder que nos brindan las redes desenmascarando funcionarios corruptos, denunciando fraudes electorales y exigiendo que las quejas de los ciudadanos sean justamente atendidas.
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