La aplicación de la vacuna anti-COVID-19 ha sido un desorden: la lentitud con la que se lleva a cabo refleja la improvisación con la que se ha actuado.
En el mundo esperábamos las vacunas. Cada avance en el camino de la implementación de éstas se anunciaba como un logro y generaba esperanza. El 19 de agosto de 2020, el secretario de Relaciones Exteriores agradecía al embajador de Rusia por lo que habían acordado en lo que hace a la vacuna Sputnik V. El 20 de agosto, ese mismo secretario anunciaba que la CELAC (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) “… se organiza para tener a tiempo la vacuna”. Del mismo modo, hacía referencia al acceso a la de AstraZeneca y anunció que había conseguido financiamiento para el desarrollo de vacunas. Y el 24 de agosto anunció la conformación de un consorcio para financiar 19 proyectos mexicanos para el desarrollo de vacunas y tratamientos contra el COVID-19. Así, se iban anunciando los avances en relación con la vacuna y los mexicanos supimos de la existencia de al menos tres vacunas.
Si ya sabíamos que iban a llegar las vacunas, ¿por qué el gobierno mexicano no tuvo un solo plan para la aplicación de éstas?, ¿por qué el gobierno descuidó al pueblo de México? El gobierno era y es el único responsable de hacer un plan de compra y distribución. Sin embargo, nunca lo hizo. Hoy todavía vemos un irresponsable desorden. El descuido es tal, que hay quien puede pensar que no se compraron las vacunas a tiempo y que, de manera infame, apostaron a la inmunidad de rebaño.
Llegadas las vacunas –muy pocas, por cierto–, la lentitud y la desorganización se hizo presente. En términos de gobierno hay un desorden. El Consejo de Salubridad General ni siquiera ha informado de los avances, ni el Consejo Nacional de Vacunación ha intervenido de alguna manera. Todas las decisiones se reducen a una persona.
Al llegar las vacunas, le llamaron plan de vacunación a un calendario que recuerda una tarea de algún estudiante de preparatoria que la tuvo que hacer en el recreo. La aplicación ha sido aún peor: la lentitud con la que se lleva a cabo refleja la improvisación con la que se ha actuado. En este tema la velocidad es importante porque la inmunidad de la vacuna no es para siempre. Por otra parte, no existe ningún programa de distribución que garantice una cadena de refrigeración necesaria para la efectividad de la vacuna.
Vemos en las redes sociales escenarios vergonzosos: un alcalde que se vacuna y organiza una fiesta, o una regidora que no parece seguir el protocolo posterior en la aplicación de la vacuna. Vivimos un desorden en los anuncios de la aplicación, además de que la actitud de la autoridad está marcada por la soberbia.
Nada está claro en la distribución de la vacuna contra el COVID-19: ¿alguien conoce una base de datos? ¿Se da seguimiento a quienes ya han recibido la primera dosis? ¿Hay algún padrón de vacunas y de vacunados? ¿Se reportan reacciones? ¿Se notificará a quienes necesiten pasar por su segunda dosis? ¿Las mujeres embarazadas pueden vacunarse? ¿La vacunación se distribuye siguiendo criterios de población en riesgo o por conveniencia de zona?
En la aplicación de la vacuna nada importa más que lo electoral y lo que parece improvisado puede estar inmoralmente pensado: que la vacuna dependa de Morena, de los vacunados Siervos de la Nación, del aparato electoral del gobierno, de las alianzas del Poder Ejecutivo, aunque se descuide cruelmente al pueblo que el gobierno está obligado a cuidar.
Dejemos que la memoria sirva como vacuna y que nos permita ver claramente qué queremos para el futuro de México. Toda desgracia trae, en mayor o menor medida, una enseñanza. Espero que esto no nos vuelva a pasar.
NOTA: al entregar este artículo me enteré del contagio de COVID del presidente de México: le deseo una pronta recuperación.
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