La violencia en México no sólo no cesa, sino que es ya incontenible. La semana pasada, el luto cubrió dos brazos que hacen fuerte a nuestra sociedad frente a la corrupción, la impunidad y el delito. Fue un lunes negro para las dos profesiones que ya son las más peligrosas en México.
En Culiacán, Sinaloa, el periodista Javier Valdez Cárdenas, de 50 años de edad, cayó por las balas del crimen: doce tiros, como el nombre del semanario que fundó: Ríodoce; el gremio periodístico no salía de su asombro cuando, la misma tarde de ese lunes fatídico, la opinión pública recibía otro golpazo al conocer el lamentable deceso de Jonathan Rodríguez Córdova, de 26 años de edad, y la agresión contra su madre, Sonia Córdova Oceguera, quienes dirigían el semanario El Costeño de Autlán en Jalisco.
Y como plaga apocalíptica, mientras celebraba el sacrificio de la Misa en la Catedral Metropolitana de la Arquidiócesis de México por el “Día del Maestro”, el P. José Miguel Machorro Alcalá fue arteramente apuñalado, tiñendo de rojo un recinto de paz y misericordia, sólo porque un desequilibrado supuso que su ley: la violencia, era la mejor forma para consumar sus irracionales pretensiones.
Son las dos profesiones más peligrosas de México.
Mientras los burócratas están sentados en el escritorio haciendo mesas y más mesas de diálogos estériles, medidas inútiles y altamente costosas para el país, la realidad los tiene rebasados, están perplejos, no saben cómo salir del abismo. En este sexenio van 33 periodistas caídos, y son 17 sacerdotes los que han dejado de existir bajo circunstancias violentas.
Los periodistas cayeron por demostrar la verdad y develar a la opinión pública las alarmantes relaciones entre el crimen y las autoridades que han sido corrompidas por el poder del enemigo que nos está destruyendo. Periodistas que dan nombre e identidad a los desaparecidos y a las víctimas en el entramado de muerte en el que estamos cayendo vertiginosamente, y en el que se registran hasta 70 asesinatos diarios que engrosan la cifra de homicidios dolosos. Con razón, México es el segundo país más violento del orbe.
Y los sacerdotes, cuya vocación es el servicio espiritual de sus fieles, ahora son blanco del crimen por ser incómodos en la tarea profética de anunciar y denunciar, por guiar a sus comunidades por sendas de una vida más digna frente a los corruptores del tejido social.
Quisiéramos tener noticias buenas, confiar en que las autoridades cumplirán con su deber de castigar a quienes atentan contra la vida de periodistas, sacerdotes y de miles de mexicanos cuyas familias no han tenido justicia por homicidios arteros, pero esto parece imposible, la realidad dice otra cosa: el 99 por ciento de los crímenes contra periodistas permanecen impunes, y lo mismo puede decirse de los sacerdotes abatidos.
¿Quiénes están detrás de la obstrucción de la justicia? ¿Cuáles son esas maniáticas colusiones de las autoridades y el crimen? ¿Por qué se ha hecho tan fácil matar a periodistas y sacerdotes en México?