Ante un tiempo de incertidumbre importante y extrema desconfianza hacia la clase política, urge una reforma profunda, la más importante de todas: la reforma de la ciudadanía. Una reforma a fondo en por lo menos tres aspectos: Conocimiento, Actuación y Respeto en la procuración del Bien común, que es el otro nombre de la Política.
Los que hemos vivido “la dictadura perfecta”, es decir, la mayoría de los ciudadanos de México, hemos transitado desde una época en que era de mal gusto hablar de política, y pensábamos que ser político no era algo de gente decente, pasando a una época en que para ser un buen ciudadano bastaba con dar un voto razonado, en conciencia, hasta la situación actual de desesperanza en la posibilidad de que la política sirva a la ciudadanía.
Como me dijo hace unos días un buen amigo: “Yo ya no leo periódicos, no veo noticieros y, en la radio, sólo pongo estaciones gruperas. Cada vez que oigo noticias y oigo a los políticos, nacionales o extranjeros, me siento enfermo”, concluía.
Creo que muchos pensamos que la clase política, esta clase política que hoy tenemos, ya no tiene remedio. No es cosa de más leyes, más organismos, de nuevos planes. No van a cambiar, porque no quieren hacerlo y porque les ha convenido enormemente su situación actual, con sus privilegios y prebendas.
Por otro lado, cuando se ha intentado sustituir a los políticos mediante candidatos independientes, los resultados no han sido extraordinariamente mejores. Allí están los resultados de Fernando Collor de Mello en Brasil y de Alberto Fujimori en Perú. Por no mencionar al casi omnipresente Sr. Trump, del que todavía no sabemos cómo serán sus resultados.
Probablemente la dificultad consiste en que estamos buscando al hombre o mujer providencial que resuelva las cosas solamente con su presencia y con la mayor comodidad para los ciudadanos. Una visión probablemente ilusa; aunque una sola persona puede hacer muchas diferencias, reformar una estructura tan podrida como la del Estado Mexicano y su clase política, no es posible sin un cambio más de fondo. Y el cambio tiene que venir en la ciudadanía.
Usted perdone mi atrevimiento. O mi crítica. Para nosotros, la ciudadanía, la situación ha sido bastante cómoda. En el mejor de los casos, votamos y después abandonamos el control de la nación en manos de la clase política. Eso en el mejor de los casos, porque todavía tenemos un alto índice de abstencionismo. Pero el abstencionismo no se queda en el voto. Los que sí votamos tampoco nos ocupamos suficientemente de controlar y de exigir a los políticos el cumplimiento de sus obligaciones, de las promesas mediante las cuales obtuvieron nuestro voto o el cumplimiento de los mandatos de la Constitución, si es que acaso la conocemos.
En la mayoría de los casos no sabemos cuáles son nuestros derechos ni cuáles son los límites y las obligaciones de nuestros mandatarios. Eso sí: somos buenísimos para criticar, para poner motes y para transmitir chismes en aspectos de política. Para efectos prácticos, le hemos dejado el campo a la clase política. Y ahí están los resultados.
Una vez más, perdóneme por esta autocrítica. Yo mismo no me escapo de esto que estoy criticando. Para mí hay tres aspectos de esta reforma, para que pasemos de ser un mero votante, más o menos consciente, más o menos manipulado, a ser un ciudadano que influye en la procuración del Bien común.
1) El primer aspecto, es el de tener un Conocimiento fundamental de los asuntos políticos. Saber lo que pasa, opinar en todos los ámbitos en los que nos movamos, dar seguimiento a los temas de interés nacional. En pocas palabras, estar enterados y crear opinión. Algo, me parece a mí, al alcance de todos. Pero que, obviamente, requiere un esfuerzo. Saber escoger la información que recibimos, por ejemplo, y aprender a diferenciar la manipulación que muchas veces nos hacen pasar por información.
2) Pero, generalmente, el conocimiento no basta. Tenemos también que Actuar. Y actuar con congruencia. Actuar de la misma manera como pensamos. Esta actuación comienza por las cosas sencillas. Primero, cumplir con mis obligaciones ciudadanas, cumplir con las leyes. Rechazar la corrupción. Claro, encontraremos muchas veces ordenamientos que son muy difíciles o casi imposibles de cumplir. Algunos parecen haber sido diseñados de manera que sólo se puedan enfrentar mediante la corrupción. En ese caso, nuestra actuación sería la de protestar en los términos más enérgicos y de todas las maneras que nos sea posible.
3) Finalmente, tenemos que hacer que el Respeto vuelva a ser la norma en el trato político. Recordar el dicho: “cuando empiezan los insultos, es porque se acabaron las razones”. Hemos perdido uno de los valores mexicanos más distintivos: el respeto, la cortesía, el buen trato. Hay que acostumbrarnos a pensar sin insultar. Destacar lo positivo y hacer crítica constructiva.
Estoy seguro de que esta corta lista es incompleta. Ciertamente, si tuviera la solución completa probablemente no estaría yo aquí escribiendo: estaría haciéndome millonario vendiendo la solución. Mi punto es que entre todos los ciudadanos tenemos que desarrollar, implementar y dar seguimiento a esta reforma de la ciudadanía. Una reforma particularmente urgente, ante la bancarrota moral de la clase política y las amenazas económicas y políticas que nos vienen del extranjero. Por no hablar de otros tipos de amenazas, más sutiles, como las que permanentemente están ocurriendo en nuestros valores, en nuestra cultura.
No será fácil. No será cómodo. Costará un gran esfuerzo y, frecuentemente, parecería una labor imposible o posiblemente inútil. Pero es algo fundamental. No importa si tardaremos décadas en ver los resultados. Ésta sería una razón más para empezar lo más pronto posible. Pero, francamente, no veo, no se ve en el horizonte otra solución. O cambiamos nosotros, la ciudadanía, o los mandantes o las cosas seguirán igual.
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