La Malinche (Malintzin, bautizada como Doña Marina) fue una mujer nahua originaria de la región del sureste del Imperio mexica (actual estado de Veracruz) que jugó un papel clave en la Conquista de México (1519-1521). Entregada como esclava a Hernán Cortés en 1519, se convirtió en su intérprete, consejera e intermediaria cultural, y tuvo con él un hijo, Martín Cortés, considerado de los primeros mestizos de Nueva España. Más tarde se casó con el conquistador Juan Jaramillo, con quien tuvo una hija, María
La figura de Malinche ha sido objeto de muy diversas interpretaciones a lo largo de la historia: para algunos encarna la traición a los suyos, para otros fue una víctima del choque cultural, e incluso se le ha visto como la madre simbólica de la nueva cultura mestiza de México. A continuación, exploraremos su vida, las fuentes históricas coloniales que dan testimonio de ella, y las reinterpretaciones modernas (feministas, indígenas y populares) que han buscado comprender su verdadero legado.
Orígenes y primeros años
Malintzin nació alrededor del año 1500, probablemente en la región de Coatzacoalcos, en el oriente de Mesoamérica. Según el conquistador Bernal Díaz del Castillo, sus padres eran caciques de un pueblo llamado Painala (cerca de Coatzacoalcos) y, tras la muerte de su padre, la niña fue entregada o vendida como esclava por su propia madre y padrastro. Malintzin terminó en Xicalango, un puerto comercial maya, y más tarde fue llevada a Tabasco, donde aprendió tanto la lengua náhuatl (materna) como el maya chol que allí se hablaba
En marzo de 1519, después de la batalla de Centla en Tabasco, Malintzin fue una de las 20 mujeres entregadas como tributo a los españoles victoriosos. Fue bautizada al catolicismo con el nombre de Marina, recibiendo el trato de “Doña” por parte de los españoles, indicativo de respeto a su rango. Es importante señalar el origen de su nombre más conocido: “Malinche”. Los pueblos nahuas se referían a Cortés como Malintzin, que significa “señor de Malinalli (Marina)” – usando el sufijo honorífico -tzin
Los españoles, al oír ese nombre de labios indígenas, terminaron llamando “Malinche” tanto a Cortés como a la propia Marina, confundiendo al amo con su intérprete. Con el tiempo, La Malinche pasó a designar exclusivamente a Doña Marina en la historiografía y tradición popular.
La intérprete de Cortés en la conquista de México
Desde su incorporación a la expedición, Doña Marina demostró ser invaluable para Cortés. Sin hablar aún español al inicio, servía de intérprete mediante un sistema de traducción en cadena: los emisarios indígenas hablaban en náhuatl a Malintzin, ella traducía al maya para el fraile náufrago Jerónimo de Aguilar, quien finalmente lo traducía al castellano para Cortés
Este doble paso fue temporal: según las crónicas, “duró [el uso de] dos intérpretes hasta que doña Marina aprendió la castellana, en que tardó pocos días, porque tenía rara viveza de espíritu”. En pocas semanas, Malintzin ya podía comunicarse directamente en español con los conquistadores, eliminando al intermediario.
Malinche acompañó a Cortés en todas las campañas decisivas: desde las negociaciones iniciales con embajadores de Moctezuma en la costa, pasando por la alianza con los tlaxcaltecas, hasta la entrada en Tenochtitlan. Su papel fue particularmente crítico en episodios como Cholula, donde –según relatan los cronistas– advirtió a Cortés de una emboscada inminente, salvando la vida de los españoles
Gracias a su dominio de las lenguas y a su inteligencia, Malintzin se ganó la confianza de Cortés, quien “siempre la traía consigo” como mediadora de confianza. No solo traducía palabras, sino también culturas: explicaba a cada parte las normas y expectativas del otro bando, facilitando acuerdos y evitando malentendidos fatales.
Bernal Díaz del Castillo, testigo directo, elogió reiteradamente a Doña Marina en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España. Destaca que “fue tan excelente mujer y buena lengua (intérprete) […] Cortés la traía siempre consigo y la doña Marina tenía mucho ser y mandaba absolutamente entre los indios en toda Nueva España”. Es decir, Malintzin gozaba de autoridad entre los pueblos indígenas y era obedecida sin cuestionamiento, actuando como portavoz de Cortés. El mismo Bernal admite: “He querido declarar esto porque sin doña Marina no podíamos entender la lengua de la Nueva España”, reconociendo que sin su ayuda la conquista simplemente no habría sido posible en los términos y rapidez en que ocurrió.
En los códices indígenas de la época, Malintzin quedó también plasmada visualmente junto a Cortés como intermediaria. En el Lienzo de Tlaxcala (1552), por ejemplo, aparece de pie junto al capitán español, traduciendo las palabras de los emisarios mexicas en la plaza de Tenochtitlan. Estas representaciones pictóricas confirman su papel central: con un gesto de la mano, la mujer nahua hace de puente lingüístico entre dos mundos en choque. Sus palabras resultaron tan importantes como las armas, pues las alianzas con pueblos indígenas –que permitieron la caída del imperio azteca– no habrían sido posibles sin alguien capaz de gestionar la comunicación entre europeos y mesoamericanos. Malintzin fue precisamente esa pieza clave.
Después de la caída de Tenochtitlan
Consumada la conquista con la rendición de Tenochtitlan en 1521, Malinche continuó al servicio de Cortés como intérprete y mediadora en la consolidación del nuevo orden. Participó en las expediciones posteriores, incluida la larga marcha a las Hibueras (Honduras) en 1524-1526 para someter a Cristóbal de Olid. Durante ese trayecto, en la población de Orizaba, Cortés casó a Doña Marina con uno de sus capitanes, Juan Jaramillo, formalizando así una unión política que convenía a los intereses del conquistador. Bernal Díaz relata un episodio conmovedor en esos años: el reencuentro de Malintzin con su madre y su hermano en Coatzacoalcos. Le temían, creyendo que buscaba venganza por haberla vendido; sin embargo, “Doña Marina los consoló… y les dijo que no tuviesen miedo”, perdonándolos y afirmando que Dios la había favorecido al rescatarla de la idolatría y permitirle servir en tan grandes acontecimientos
Este pasaje muestra a una mujer capaz de sobreponerse a su destino inicial y encontrar significado a su vida en el nuevo contexto. En 1522, Malinche dio a luz a Martín Cortés, hijo de Hernán Cortés, quien fue reconocido por su padre (aunque apodado “el Mestizo” o incluso “el bastardo” en la sociedad colonial) . Martín fue llevado a España siendo niño, como parte de la familia de Cortés. Años después, ya casada con Jaramillo, Malinche tuvo una hija llamada María alrededor de 1526
Poco se sabe con certeza del final de la vida de Doña Marina; se presume que murió hacia 1529, aún en sus veintitantos años, pues después de esa fecha desaparece de los documentos. Su esposo Jaramillo volvió a casarse en 1531, lo que refuerza la idea de una muerte temprana de Malinche. En menos de una década, esta mujer indígena pasó de ser esclava anónima a pieza imprescindible del régimen colonial naciente – y finalmente desapareció, quizá víctima de alguna enfermedad en la turbulenta Nueva España posconquista.
Las crónicas de Indias y la imagen colonial de Malintzin
Los primeros testimonios escritos sobre Malinche provienen de las crónicas de Indias del siglo XVI, donde suele mencionársele con respeto y admiración por sus servicios. Hernán Cortés, en sus Cartas de relación al emperador Carlos V, hace referencia a ella de forma indirecta pero reveladora. Al narrar cómo explicó a un cacique indígena que él era el mismo visitante que había pasado por Tabasco, Cortés escribió: “para que creyese ser verdad, que se informase de aquella lengua que con él hablaba, que es Marina, la que yo siempre conmigo he traído, porque allí me la habían dado con otras veinte mujeres”
Esta alusión confirma que Cortés la consideraba su intérprete permanente desde Tabasco (donde le fue entregada) y que confiaba en su palabra para dar fe de sus propios hechos.Otros cronistas españoles, como Francisco López de Gómara (1552) o el fraile Diego Durán, también mencionan a Doña Marina en sus relatos, generalmente destacando su conocimiento de lenguas y su papel en la conquista. Los cronistas indígenas y mestizos de la siguiente generación, como Fernando Alva Ixtlilxóchitl o Diego Muñoz Camargo, la incluyeron en sus historias de la Conquista en términos respetuosos, reconociéndola como “la lengua de Cortés”. En el Códice Florentino (el relato de la conquista recopilado por Fray Bernardino de Sahagún de voz de informantes mexicas), Malinche aparece con el apelativo honorífico de Malintzin y se describe cómo mediaba en los diálogos entre Moctezuma y Cortés, literalmente “poniendo las palabras” de uno en boca del otro. En estas visiones tempranas, por lo tanto, Malintzin no era ni villana ni traidora, sino una colaboradora imprescindible de los españoles, e incluso una figura de autoridad en la rendición mexica.
Cabe señalar que ninguna de estas fuentes coloniales la acusa de traición. Al contrario, en la práctica la equiparan a otros aliados indígenas de los españoles. De hecho, Malinche actuó de manera similar a cómo lo hicieron pueblos enteros como los tlaxcaltecas, totonacas y otros: apoyando a Cortés para liberarse del yugo azteca. Como explica el historiador Eduardo Matos Moctezuma, Malinche “ayudó a los españoles en la acción conquistadora de la misma manera que lo hicieron otros pueblos que padecían el yugo impuesto por Tenochtitlan”
Estos pueblos vieron en los recién llegados una oportunidad de sacudirse la dominación mexica, aunque pronto descubrirían que simplemente habían cambiado de opresor. En ese contexto, Malintzin pudo haber sido percibida por los indígenas aliados no con rencor sino como una mediadora contra los mexicas.
Del mito colonial a la “maldición de Malinche”: traidora o víctima
A lo largo de los siglos posteriores a la Conquista, la figura de La Malinche fue transformándose al compás de las necesidades e ideologías de cada época. En la memoria histórica de la colonia, Doña Marina fue prácticamente olvidada fuera de los círculos ilustrados; su nombre sobrevivió más bien en la tradición oral indígena y mestiza, asociada a leyendas locales. No fue sino hasta el siglo XIX, durante el surgimiento del México independiente, que Malinche resurgió como símbolo, pero esta vez con connotaciones negativas. En plena era del Romanticismo y el nacionalismo, se le empezó a representar en novelas y relatos como la mujer enamorada que traiciona a su patria por el amor de un extranjero
Era la época en que México buscaba héroes e identidades nacionales; en ese reparto maniqueo de la historia, a Malinche le tocó el papel de villana. Surgió así la leyenda negra de Malintzin, la idea de que “entregó” su nación a los conquistadores, reduciendo su compleja historia personal a un estereotipo.
Esta concepción caló hondo en el imaginario mexicano. Tanto que el habla popular incorporó el término “malinchista” para referirse a quien prefiere lo foráneo y desprecia lo propio – es decir, “traidor a la patria”. El diccionario de la RAE define malinchismo justamente como la “actitud de quien muestra apego a lo extranjero con menosprecio de lo propio”
La permanencia de esta idea se refleja en expresiones culturales como la célebre canción folclórica “La Maldición de Malinche” (1978) de Gabino Palomares, cuyos versos reprochan: “Tú, hipócrita, que te muestras humilde ante el extranjero, pero te vuelves soberbio con tus hermanos… Oh, maldición de Malinche, ¿cuándo dejarás mi tierra?”En estas líneas –compuestas más de 450 años después de la Conquista– Malinche simboliza la continuidad de un supuesto defecto nacional: la traición y el desprecio de lo propio.
Incluso intelectuales del siglo XX abonaron a la imagen negativa. El escritor Octavio Paz, en El laberinto de la soledad (1950), dedicó un famoso capítulo a “Los hijos de La Malinche”, donde la presenta como la encarnación de “La Chingada”, la madre violada del pueblo mexicano, origen de un trauma nacional. Paz describe a Malinche como una figura pasiva, entregada y deshonrada, cuyo nombre carga con la infamia de la conquista. Esta visión, aunque influyente, ha sido duramente cuestionada por historiadores posteriores: el académico Federico Navarrete señala que las ideas de Paz carecen de sustento histórico o cultural, y las califica como “una de las peores expresiones de misoginia” por reducir a Malinche a un arquetipo denigrante.
A pesar de ello, por décadas la historia oficial enseñada en escuelas simplificó el papel de Malintzin como una traidora, en contraste con unos españoles malvados y unos indígenas “buenos” pero engañados. Esta narrativa plana ocultaba la gran complejidad de lealtades y conflictos en la Conquista, y responsabilizaba cómodamente a una mujer indígena de la caída de todo un imperio.
Reivindicación y nuevas perspectivas: Malintzin en la mirada contemporánea
En los últimos tiempos, ha habido un esfuerzo consciente por reivindicar la figura de Malinche y analizarla con mayor objetividad y empatía histórica. Historiadores profesionales han buscado “desmontar” los mitos en torno a ella, separando a la persona del símbolo. Como señala la investigadora Berenice Alcántara (UNAM), parte del enigma de Malintzin es que “pese a dominar muchos idiomas, nunca los usó para hablar de sí”
No dejó testimonios propios; todo lo que sabemos proviene de “palabras prestadas y miradas ajenas” – las de Cortés, las de Bernal, las de los tlaxcaltecas, etc. Esto facilitó que cada época “llenara los huecos” imponiendo sus estereotipos sobre ella. El reto actual, dice Alcántara, es acercarnos a la Malintzin del siglo XVI, navegando entre esos estereotipos para reencontrar a la mujer real, que “no fue ni feminista, ni traidora, ni princesa cautiva, sino una mujer que vivió en circunstancias difíciles y que supo dejar su huella en la historia”
Bajo esta luz, las interpretaciones recientes tienden a ver a Malinche como una víctima de las circunstancias y a la vez una mujer habilidosa que supo aprovechar las herramientas a su alcance (el lenguaje, su astucia) para sobrevivir y desempeñar un papel único. Desde la historia de género, se subraya que Malintzin fue una mujer indígena joven inmersa en un mundo doblemente patriarcal – el de los mexicas y el de los españoles – y que fue entregada como botín sin posibilidad de decidir su destino
Aun así, lejos de ser una figura pasiva, supo sobrevivir y encontrar espacio para influir en los acontecimientos. Algunos estudios la perfilan como una mediadora cultural por excelencia: la profesora Anna Lanyon la llamó “la Tongue” (la lengua), enfatizando que su voz unió dos civilizaciones; la historiadora Camilla Townsend, en Malintzin’s Choices (2006), explora las decisiones racionales que Malinche fue tomando para asegurar su supervivencia y la de su hijo. El historiador mexicano Federico Navarrete incluso titula su reciente libro “Malintzin, o la conquista como traducción”, reflejando que toda la empresa de Cortés dependió de una traducción constante que ella posibilitó
Igualmente, las perspectivas indígenas contemporáneas han matizado la noción de traición. Para muchas comunidades, Cortés no podría haber sido detenido por Malinche pues representaba fuerzas históricas mayores; en cambio, recuerdan que sin el apoyo de miles de guerreros indígenas rivales de los aztecas, los españoles jamás habrían conquistado México. Malinche es vista entonces como una pieza más – destacada, sí, pero una entre muchos actores indígenas que colaboraron con los europeos por motivos propios. Su mala fama sería en gran medida un resultado de prejuicios posteriores.
Por su parte, distintos sectores del movimiento feminista en México han comenzado a reapropiarse de la figura de Malintzin, dándole un giro positivo. Lejos de la “Chingada” resignada, la reivindican como una mujer fuerte que supo ejercer poder en un contexto adverso. Se enfatiza su papel de negociadora y su capacidad de agencia dentro de los estrechos márgenes que tenía. En años recientes se han realizado exposiciones, obras de teatro y novelas históricas que la presentan con voz propia. Incluso se ha propuesto honrarla en el espacio público: en 2021 se discutió la posibilidad de erigir una estatua de La Malinche en la principal avenida de la Ciudad de México (Paseo de la Reforma) en lugar del desaparecido monumento a Colón
Aunque la propuesta generó debate y finalmente se optó por otra figura indígena, el solo hecho de considerarlo refleja un cambio drástico en su valoración.
Hoy en día coexisten varias “Malinches” en el imaginario: la histórica, la mítica y la simbólica. Como sintetizó la escritora Rosario Castellanos, “Traidora la llaman unos, fundadora de la nacionalidad otros, según la perspectiva desde la cual se coloquen para juzgarla”
Lo cierto es que Malintzin/Doña Marina no ha muerto en la conciencia mexicana: sigue apareciendo en debates, leyendas (a veces fusionada con la Llorona, llorando hijos perdidos) y reflexiones sobre la identidad nacional. A más de 500 años, su figura provoca pasiones encontradas pero también invita a la reflexión serena. Lejos de simplificaciones, los estudios actuales invitan a entenderla en sus justos términos históricos: como una mujer indígena noble caída en desgracia, convertida en esclava y luego en estratega lingüística; una sobreviviente que, contra todo pronóstico, contribuyó a forjar el México mestizo. Su legado es, en última instancia, complejo y fascinante, como lo es la propia historia de México que ella ayudó a moldear.
Referencias: La presente investigación se apoya en crónicas coloniales del siglo XVI –principalmente Bernal Díaz del Castillo y las Cartas de Relación de Hernán Cortés –, así como en análisis de historiadores modernos como Berenice Alcántara y Federico Navarrete (Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM), Eduardo Matos Moctezuma (Arqueología Mexicana) y otros especialistas en estudios de género e indígenas. Estas fuentes permiten reconstruir la vida de Malinche con datos precisos y comprender la evolución de su imagen desde la conquista hasta la actualidad, pasando de ser intérprete de Cortés a encarnar un símbolo en la historia de México. Las reinterpretaciones modernas –incluyendo visiones feministas e indígenas– enriquecen nuestro entendimiento de Malintzin como un personaje histórico de múltiples facetas, más allá de mitos reductores. En palabras de la historiadora Alcántara, cada generación ha reinventado a Malinche, pero es tarea nuestra acercarnos a la mujer real del siglo XVI y valorar su verdadero legado: el de una mediadora cultural y madre mestiza, injustamente convertida en villana, cuya voz –aunque prestada– sigue resonando en la identidad mexicana.
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