Los héroes del coronavirus

Ella también dio positivo en esta enfermedad, pero su caso no fue tan severo como el de Juan Ramón.


Se sacrifican por otros


En medio de la actual pandemia en que han fallecido cientos y cientos de personas en muchos países y muchos otros se encuentran bastante graves de salud, han surgido verdaderos héroes o heroínas que han puesto en riesgo sus vidas por atender a los que sufren de esta severa enfermedad.

Hay casos verdaderamente admirables de médicos, sacerdotes y enfermeras que han dado sus vidas generosamente por salvar a los pacientes.

Ahora mismo recuerdo el caso de unas enfermeras que se iban bajando de una ambulancia con un enfermo de COVID-19 en situación ya muy delicada, y un reportero de la televisión les preguntó que cómo se sentían. Una de ellas tomó la palabra y comentó:

–Llevamos una semana trabajando tanto de día como de noche. A menudo no nos da tiempo de desayunar ni de comer. Pero comprendemos que es un urgente deber nuestro el salvar vidas humanas.

Muchos otros médicos comentan lo mismo. Incluso llegan a añadir que no le tienen miedo a la muerte. Que lo importante es el bien de sus pacientes; que para eso estudiaron la Carrera de Medicina y es su obligación como galenos. “Es nuestra misión”, concluyen.

Pero también en el ámbito familiar han ocurrido hechos ejemplares. Mi amigo Juan Ramón, en un principio, no le dio mucha importancia a esta pandemia. Continuaba viajando, teniendo sus reuniones de trabajo, yendo a restaurantes con sus clientes, etc.

Hasta que un día amaneció con mucho agotamiento físico y mental; dolores musculares; cuerpo cortado; fuertes jaquecas; molestias en las articulaciones. En un principio pensó que se trataba de una gripe normal pero luego comenzó con mucha tos, sentía que se ahogaba y comenzó a escupir sangre.

Su esposa se le explicó al médico de cabecera la situación de Juan Ramón. De inmediato, éste expuso su situación a otro médico neumólogo y no dudaron que se trataba del coronavirus. Su esposa lo subió al coche como pudo (porque él pesa muchos más kilos que ella) y se lo llevó hasta el hospital ese mismo día por la tarde. Ahí lo esperaban otros doctores y enfermeras. Cuando arribó, su situación fue empeorando rápidamente. Al llegar a su habitación le colocaron un respirador con oxígeno.

Juan Ramón me comentó que toda esa noche no pudo dormir porque tenía la sensación que “sus pulmones se quemaban” –según me relató–. Así continuó por varios días y continuaba su proceso de debilitamiento general hasta el punto de que un día se despidió de su familia –a distancia, como es obvio– porque le parecía que ya no amanecería al día siguiente.

Pero paulatinamente se fue recuperando y estuvo alrededor de un mes con oxígeno y medicamentos en su casa, con los atentos cuidados de su mujer y sus hijos. Ella también dio positivo en esta enfermedad, pero su caso no fue tan severo como el de Juan Ramón.

También es enorme la cantidad de sacerdotes que han muerto en hospitales atendiendo a pacientes de COVID-19 tanto en América Latina como en Europa y muchas otras naciones. Recuerdo el caso de un presbítero, el padre Agustín, muy simpático que les contaba chistes y anécdotas divertidas a los que la estaban pasando muy mal. En cierta ocasión, se topó con un paciente ateo, que le dijo:

–Yo de “curitas” no quiero saber nada. ¡Bastante fastidio es llevar esta enfermedad tan dolorosa!

Pero en el pasillo se encontraba su hija y le preguntó:

–¿Qué cosa le gusta a tu papá?

Ella le respondió:

–La música de Andalucía.

Y como el padre Agustín sabía tocar la guitarra y cantar esa música flamenca, entró en su habitación cantando ese tipo de canciones. Y desde entonces este señor, ya entrado en años, cambió radicalmente de actitud.

Y así continuó haciendo muchas amistados y brindando palabras de esperanza y aliento para con todos.
En varias ocasiones, le comentaron algunos médicos y enfermeras:

–Padre, usted ya ha hecho mucho por ellos y, además, es mayor de edad. ¿Por qué no se retira a su parroquia y mejor reza por ellos?

Y él contestaba con seguridad y aplomo:

–Porque considero que mi deber es estar con los que más me necesitan. Si me enfermo de COVID, lo dejo en las manos de Dios.

Y así fue, poco tiempo después, se puso grave y falleció. A su funeral asistieron doctores, enfermeras y personal sanitario, dejando una huella imborrable entre sus pacientes y amigos.

Casos no menos admirables son las personas que reúnen medicamentos y alimentos, o bien, que dan generosos donativos para los enfermos de esta pandemia.

Hemos vivido casos ejemplares de actitudes solidarias y fraternas, que son dignas de imitación. Como dice el dicho: “Siempre se puede sacar bien del mal aparente”.

 

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* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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