Hace un par de meses, el papa Francisco ofreció un discurso a los jefes de Estado y de Gobierno de los países de la Unión Europea, con ocasión del 60 aniversario del Tratados de Roma, considerado el documento fundacional de dicha Unión. El discurso del Papa ocurrió en un momento particularmente álgido: tenía poco tiempo de que el Reino Unido había votado por salir de la Unión Europea, había posibilidades de que ganarán los partidos que deseaban que sus propios países dejarán la Unión, en particular en Holanda y en Francia. En ese momento, el Santo Padre recordó a los jefes de Estado la raíz profunda de la Unión Europea, la concepción originaria de los fundadores de esta organización, en particular de Adenauer, De Gasperi y Robert Schumann, a quien muchos consideran el Padre de Europa. Católicos los tres, por cierto.
La Unión ha sido extraordinariamente exitosa, en muchos campos. Pero, en particular, en lograr el período más largo de paz en la historia de Europa occidental. Por supuesto, esto tiene que ver con el bienestar económico. El papa Francisco nos recuerda que Paulo Sexto decía que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz. Pero el tema no es únicamente económico y social. Recuerda el Papa que en el discurso fundacional de la unión se dijo que se trataba: “…del bienestar material de nuestros pueblos, de la expansión de nuestras economías, del progreso social, de posibilidades comerciales e industriales totalmente nuevas, pero sobre todo de una concepción de la vida a medida del hombre, fraterna y justa”.
Estos propósitos que van más allá de lo económico y social, están siendo olvidados. No sólo en Europa. Otras uniones comerciales, como el Tratado de Libre Comercio de América del norte, el Mercosur, el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP por sus siglas en ingles) y otros similares han olvidado o nunca consideraron la raíz, el propósito fundamental de estas uniones. Porque si el único objeto es el económico, es muy difícil evitar una visión parcial del mundo y de la economía, concebida como un botín a repartir, como un pastel donde si unos tienen mucho, es porque se lo quitaron otros y olvidar que en el desarrollo verdadero todos los socios crecen. Como lo demostró Europa y como sigue demostrando Alemania que continúa creciendo fuertemente gracias al esfuerzo por incorporar y desarrollar a la antigua Alemania Oriental.
Hace 60 años se dijo: “La Comunidad Económica Europea sólo vivirá y tendrá éxito si, durante su existencia, se mantendrá fiel al espíritu de solidaridad europea que la creó y si la voluntad común de la Europa en gestación es más fuerte que las voluntades nacionales”. Esto sigue siendo hoy una realidad para Europa y también para la comunidad internacional. La palabra clave es: solidaridad.
Dice el papa Francisco: “Europa encuentra de nuevo esperanza cada vez que pone al hombre en el centro y en el corazón de las instituciones”. Esto, que es cierto para Europa, también lo es cierto es para las relaciones entre países y las relaciones internas en los países. El desarrollo y la paz no ocurren sin solidaridad. Cuando las clases acomodadas no les preocupa el mejoramiento del nivel de vida de los pobres, sin darse cuenta cancelan las oportunidades de crecimiento para sus propios negocios. porque todos los países necesitan tener mercados internos fuertes, con el poder adquisitivo que permita un nivel de vida digno, oportunidades para los jóvenes y posibilidades de sostener a los ancianos.
En estos momentos en que los populismos están levantando la cabeza, son interesantes dos conceptos del papa Francisco:
“Europa vuelve a encontrar esperanza en la solidaridad, que es también el antídoto más eficaz contra los modernos populismos”.
“Los populismos, al contrario, florecen precisamente por el egoísmo, que nos encierra en un círculo estrecho y asfixiante y no nos permite superar la estrechez de los propios pensamientos ni mirar más allá”.
¿Qué son conceptos utópicos, dirá alguno? Muy al contrario. La solidaridad, la preocupación por los demás, es una característica de las mejores sociedades. Una característica anclada en las familias, en las relaciones entre los miembros de sociedades intermedias como los barrios, los gremios, cámaras y asociaciones Y, por supuesto, en el Estado y entre los Estados. En resumen, como dijo el Papa Francisco en otra ocasión, es un tema de política concebida como la búsqueda del bien común. Una de las formas más altas de la caridad, dijo entonces.
Conceptos que funcionaron muy bien en su momento y dejaron de operar cuando se olvidó la raíz, el alma, el propósito que les dieron vida. Pero no se ha demostrado que el abandono de esos aspectos solidarios haya dado mejores resultados. Y el largo estancamiento económico de occidente lo manifiesta. Hoy necesitamos en todos los países a nuevos Schumann, Adenauer y De Gasperi que con claridad de visión y un profundo sentido de solidaridad enderecen a la economía mundial. Y que nosotros, a nuestro nivel hagamos nuestra parte.
[Publicado en el blog http://www.adorarenespiritu.org/index.php?articulo=447, Santiago de Chile] 1º de junio., 2017.
* Consultor de empresas. Académico del TEC de Monterrey. Ha colaborado como editorialista en diversos medios de comunicación como el Heraldo de México, El Universal, El Sol de México y Church Fórum
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