Del toro sin tranca, al perro sin reja

Salgado Macedonio es un abusador con características de hombre primitivo; Roemer es un abusador de clase alta, de estudios en el extranjero, “un hombre civilizado”.



Andrés Roemer ha logrado uno de sus mayores propósitos en la vida: que se hable de él, ser tema de conversación. Pero no por lo que quisiera: su inteligencia, su toque cosmopolita, su presencia varonil, su galanura, su encanto, su luz intelectual, su apabullante atractivo sexual. No. De Roemer se habla porque ha resultado ser una suerte de bestia sexual, un acosador infatigable, un macho de cuarta, un abusador sin límite. Son decenas de mujeres las que lo denuncian. Roemer se ha convertido en la imagen del hombre de poder (televisión, contactos, preparación, cultura, dinero) que acosa y abusa de las mujeres. Mientras más jóvenes, mejor; mientras más vulnerables, mejor aún. Las citaba en su casa ofreciéndoles un trabajo, una oportunidad. En un ambiente de libros el intelectual comenzaba chuleándolas para terminar masturbándose ante ellas, que horrorizadas veían al tipo desenfrenado. Un asco. Roemer es la versión güerita de Salgado Macedonio. Uno es el toro sin trancas, el otro el perro sin reja.

Susan Crowley, en un texto de denuncia sobre este sujeto (Roemer, calcetín con rombos ataca de nuevo. https://www.sinembargo.mx/26-02-2021/3943265), narra los intentos del depravado por conquistarla. La narración puede incluso mover a risa en algunos momentos, pero básicamente se mueve en lo grotesco que resulta el personaje. Crowley menciona que el “hombrecillo, y le digo hombrecillo porque lo es en todos los sentidos”, llegó al restaurante de la cita con tres libros de su autoría que comenzó a dedicarle extensamente, para después intentar una maniobra sensual –según él– y terminar en el suelo cuando ella reaccionó empujándolo. El “hombrecillo” en el suelo acumula ya 61 denuncias en su contra. Un miserable.

“Me excita que seas la sobrina de mi amigo”, le dice a una joven que buscaba trabajo quien fuera representante de México en San Francisco. El diplomático, el intelectual se les acercaba, las manoseaba, se frotaba, buscaba excitarlas, sin darse cuenta de que sólo provocaba repulsa y horror. Testimonios de mujeres en esa situación se encuentran en el podcast de Así como suena titulado “Ellas vs. Roemer” (https://asicomosuena.mx/#/shows/1/play/2084). Las edades varían; hay casos de hace décadas y otros recientes. Nada, ni la edad, ni el sentido del ridículo, ni los cambios en el mundo ayudaron a este hombre de “ideas” a entender que lo que hacía era cada vez peor. Cierto, pertenece a una generación en la que el trato a las mujeres era muy distinto, en que abusos eran la norma, se consentían los excesos y las mujeres tenían que cargar con la agresión, con la vergüenza y el coraje. Eso, afortunadamente, está llegando a su fin en muchos ámbitos y también ha llegado el tiempo de pagar. Roemer, estudioso que es, debe saber que no siempre, pero en ocasiones, hay consecuencias sobre lo que hacemos.

La condena a este tipo de conductas es imprescindible. Crowley dice: “Escribo sobre Andrés Roemer porque es necesario ventilar todos los casos de este abusador. Lo hago sin afán de lucimiento personal y con el deseo de que cada mujer atacada tuviera la suerte de poder evidenciar, ridiculizar y castigar a su agresor. Pero eso no ocurre. El bien vestido presentador en ningún momento se diferencia del siniestro Félix Salgado Macedonio. Son idénticos”. Y es cierto, Salgado Macedonio es un abusador con características de hombre primitivo; Roemer es un abusador de clase alta, de estudios en el extranjero, “un hombre civilizado”. Ni el toro sin trancas, ni el perro sin reja.

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