Una crítica exaltación a la misión del Padre

¿Necesita cada niño(a) un padre?



Cuando hablamos del ‘padre’ o del ‘padre de familia’ o del ‘padre de los niños’, casi siempre lo hacemos en función de la madre. Pero cuando hablamos de la ‘madre’, en algunas ocasiones quizá por prudencia, no nos atrevemos a preguntar por el ‘padre’, como si tener madre bastara.

 

Desde épocas inmemorables, todos los niños y niñas esperan crecen en un hogar con papá y mamá, pero hoy ya es común que no sea así. Comienza a aproximarse la paridad de ‘paternidad’ con la de: ‘sin padre’, que es lo mismo a madre divorciada, separada o soltera, como rasgo característico para muchos niños.

 

Si ampliamos nuestra imaginación, pensemos cuántos niños el día de hoy se irán a dormir por la noche, o llegarán de la escuela y tratarán de identificarse con un adulto masculino en un hogar en donde no vive su padre. Hay estadísticas de países adelantados como EEUU, en donde aproximadamente la mitad de los niños que tienen la edad de 18 años, han pasado la mayor parte de sus vidas alejados de su padre y todos ellos crecen sin saber realmente lo que significa tener un padre.

 

Las estadísticas demográficas que demuestran dicha tendencia en esta generación son causa de políticas de “ayuda a las madres solteras”, ampliación “de horarios en las escuelas y guarderías”, “aumento de guarderías”, etc. Crecer sin padre es la causa principal del decremento del bienestar de los niños en nuestra sociedad, asimismo, es el motor que genera algunos de los problemas más serios: desde el crimen, hasta los embarazos juveniles, el abuso sexual, la violencia doméstica.

 

A pesar de las consecuencias sociales, los hogares sin padre constituyen un problema prácticamente ignorado o negado; a este problema aun no se le ha dado un nombre, aunque esté ya cambiando la visión social.

 

La sociedad que habla el mismo idioma, vive en un mismo país y tiene una misma historia se encuentra dividida en dos grupos desiguales que viven vidas diferentes: Un grupo habrá tenido beneficios psicológicos, sociales, económicos, educativos y morales; al otro grupo se le ha negado todo esto. La línea que divide a estos grupos no es la raza, ni la religión, ni la clase social ni la educación ni el ‘género’, sino que es el patrimonio. En el primer grupo se encontrarán aquellos que crecieron con la diaria presencia y ejemplo de un buen padre y una madre, y en el segundo grupo se encuentran aquellos que no los tuvieron.

 

Hace poco observé que por la calle pasaba un jovencito con una camiseta que llevaba una inscripción sorprendente, decía: “Hijo de nadie”. ¿Quién puede ponerse una camiseta con una inscripción así? ¿Porqué está decayendo la paternidad? ¿Puede esta sociedad hacer algo para reforzar la paternidad efectiva como signo del comportamiento masculino?

 

Existen datos alarmantes en cuanto al incremento de divorcios. Esto parece incentivarse al proponer cambios de ley que lo hacen más expedito. Se dan soluciones ignominiosas a embarazos indeseados al permitirse legalmente dar muerte a seres humanos no-nacidos; el problema de la pobreza que es constante; la violencia juvenil; conjuntos habitacionales inseguros.

 

En todos estos problemas se omite plantear un elemento común a todos ellos: la huida de los varones de la vida de sus hijos o el debilitamiento de la autoridad paterna. Socialmente hablando, no se admite la probabilidad de que este sea el principio de todos aquellos problemas. Tratamos de evitar esta conexión porque como sociedad, estamos admitiendo el papel que juega el hombre en la vida familiar.

 

Habrá que considerar también que la exclusión de la mujer de la vida política, jurídica, económica y cultural trajo consecuencias negativas, no sólo para su realización personal, sino para toda la sociedad. De aquí surge el primer feminismo o feminismo liberal de la igualdad.

 

Después surge el feminismo de la diferencia que en parte reivindicó los valores que tradicionalmente había asumido la mujer, aunque tuvo el desacierto de hacerlo desde una posición de exaltación unilateral de lo femenino, esto es, considerar a los varones como “patriarcas” guiados exclusivamente por criterios de poder y de violencia. El error está en que atribuye al sexo masculino los caracteres y modos de construir la realidad que a éste le asignó la modernidad.

 

Surge entonces otra corriente de pensamiento en la que se ve con claridad que varones y mujeres somos diferentes, pero al mismo tiempo iguales ontológicamente ya que ambos somos personas, y por tanto, poseemos igual dignidad. A esta corriente se le llama “feminismo de la complementariedad”. Ambos, varón y mujer participan de la misma naturaleza y tienen una misión conjunta: la familia reflejada en el bien a la sociedad.

 

¿Qué ha pasado? Quizá los hombres se conceptúan ellos mismos como superfluos para la vida en familia y enaltecen su vida laboral solamente. La masculinidad misma, entendida de maneras diferentes a lo que se consideraba ser un hombre, es tratada con sospecha en nuestro discurso cultural. Se ha llegado al extremo de difundir situaciones como la homosexualidad y la transexualidad.

 

Así nuestra sociedad no puede sostener o encontrar una razón para creer en la paternidad como distintivo dominante de la actividad masculina. Se ha olvidado de que cualquier ‘diferencia’ hombre-mujer, presupone la igualdad. Esta igualdad consta de dos elementos estructurales comunes a ambos: su dignidad intrínseca y su carácter independiente.

 

El primero como dijimos presupone que todo ser humano posee una excelencia o eminencia ontológica, una superioridad en el ser frente al resto de lo creado. El segundo elemento que sustenta la igualdad radica en que varón y mujer somos seres relacionales e interdependientes. De esto se deduce que debe construirse una cultura de corresponsabilidad.

 

Los llamados ‘modos de ser masculinos’ como el individualismo, la utilización irresponsable de la sexualidad o la poca dedicación a la familia, son en cierto modo los atributos y actitudes que la modernidad asignó al varón y que éste ha asimilado en gran medida, de una manera acrítica.

 

La esencial pregunta es esta: ¿Necesita cada niño(a) un padre?

 

Nuestra sociedad actual contesta: –“No”–, o por lo menos: –“No necesariamente”—

 

¡Cuidado! Está en juego nada más ni nada menos lo que significa ser todo un hombre cabal, además quiénes serán nuestros niños y niñas, con qué modelo crecerán y que clase de sociedad queremos.

 

Algunos programas televisivos y películas dan mensajes de padres que son débiles, ignorantes o indiferentes y ante sus hijos son ausentes o perdedores. ¿Qué mensaje se da a los niños sobre el valor de un padre? O ¿Sobre el modelo que necesitan los niños varones para su futuro como padres de familia? O ¿A las niñas en la búsqueda de su futuro esposo?

 

Sólo me resta decir a los padres que leyeron este artículo:

 

¡Hey ustedes padres de familia! ¡Los necesitamos!!

 

@yoinfluyo

redaccion@yoinfluyo.com

 

* Las opiniones expresadas en esta columna son de exclusiva responsabilidad del autor y no constituyen de manera alguna la posición oficial de yoinfluyo.com

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